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3.84/5 (sur 29 notes)

Nationalité : Uruguay
Né(e) à : Montevideo , le 23/04/1940
Mort(e) à : Montevideo , le 30/08/2004
Biographie :

Jorge Mario Varlotta Levrero était un romancier et journaliste uruguayen.

Il a tour à tour été journaliste, animateur d’ateliers d’écriture virtuels, vendeur de livres d’occasion, auteur de mots croisés et de scénarios de bande dessinée, photographe et parapsychologue. Il a commis de nombreux ouvrages inclassables.

Sous le nom de Jorge Varlotta il a écrit scénarios, mots croisés, textes humoristiques, articles, comptes rendus de lecture, et un feuilleton, qu’on pourrait qualifier de policier, "Nick Carter s’amuse, tandis que le lecteur est assassiné et j’agonise".

Sous celui de Mario Levrero on lui doit, entre autres, une trilogie involontaire, quelques longues nouvelles (ou quelques brefs romans), des récits étranges, des romans policiers, un manuel de parapsychologie, des chroniques, un roman obscur et plusieurs versions d’un roman lumineux.

Il est aujourd’hui considéré comme l’un des plus grands écrivains latino-américains contemporains.

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Source : Wikipedia
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Bibliographie de Mario Levrero   (7)Voir plus

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Citations et extraits (22) Voir plus Ajouter une citation
Flora par contre n'éveillait en moi aucune résonance stimulante: elle n'évoquait pas de forêt à la végétation luxuriante, mais plutôt une collection de fleurs séchées classées dans des enveloppes de cellophane par un homme de sciences routinier.
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Je l'ai invitée à entrer, attentif au piège du seuil. Effectivement, elle a trébuché contre le rebord inférieur de l'encadrement de la porte et elle est presque tombée dans mes bras. Cette embûche n'a pas été conçue par moi; je profite simplement d'une astuce imaginée par le propriétaire de l'appartement. Cette fois-ci, ça a raté de peu. La jeune femme a recouvré d'elle même l'équilibre et elle a souri pour enlever toute importance à l'incident. Mais il y a eu d'autres occasions où ça n'a pas raté, et je me suis consolé en pensant à la loi des compensations.
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Au cas où je n'aurais pas été clair, j'explique à nouveau aux jeunes : il n' y a rien de bon dans la télévision, dans les quotidiens, dans l'argent, dans la politique, dans la religion, dans le travail. Ce sont des choses qui toutes détruisent le corps et l'esprit. Il ne faut pas penser, ne serait-ce qu'un instant, qu'elles puissent servir comme instrument de libération : au contraire, elles créent de la dépendance, elles aliènent, elles détruisent et finalement elles tuent.
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Comme tous les vieux, j'ai la nostalgie d'un passé que je crois meilleur, et qui n'était cependant pas meilleur, mais différent.
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La plantita que me regaló Julia acaba de perder un tallo más. Primero cayó el más pequeño, y me produjo una impresión muy fuerte. No había nada que hiciera presumir que uno de esos tallos juveniles pudiera caer, así como así. Las hojas no habían perdido nada de su color ni de su firmeza. Llamé por teléfono a Julia y le dije que había sucedido una desgracia. Se alarmó, pero después, cuando se enteró de lo que se trataba, lo tomó con tranquilidad y me explicó que sí, que a esas plantas les pasa eso, sin que ella sepa la causa. A las que ella tiene les pasó lo mismo. Pregunté si no sería el momento de pasarla a una maceta con tierra, porque seguía alimentándose sólo de agua, y me dijo que sí, que seguramente. Ese mismo día la pasé a tierra, lo cual no fue sencillo. Tuve que limpiar una maceta que había en el balcón, expuesta a las palomas y a otras fuentes de mugre. Ya no tenía nada vivo adentro, salvo algunas hormigas pequeñas. Esa maceta había albergado a un yuyo horrible que una vez se me ocurrió plantar en Colonia; en realidad es muy lindo y gracioso de aspecto, pero en ciertas épocas del año, y tal vez demasiado a menudo, suelta un olor pestilente, como a carne podrida, o por lo menos abombada. Recordé el olor que traía en ciertas épocas del año el perro Pongo cuando regresaba de sus correrías por Colonia (¿qué será del perro Pongo?). Yo lo imaginaba revolcándose perversamente en la carne de animales muertos que encontraría por ahí, pero cuando descubrí las virtudes de este yuyo me di cuenta de que era mucho más razonable pensar que simplemente atravesaba espacios donde el yuyo abundaba. Claro que había algo perverso de todos modos, porque ese olor le gustaba, o de lo contrario no habría pasado por esos lugares. Y como certificando la rivalidad irreconciliable de perros y gatos, pude comprobar que la gata de mis vecinos odiaba este yuyo, y fue ella quien se ocupó de destrozarlo, durante semanas y meses, hasta que el pobre ya no hizo ningún esfuerzo más por sobrevivir. La maceta fue invadida por pastos que nadie regó y también se secaron. Pero es posible que gatos y perros no sean necesariamente tan opuestos en todo; quizá la gata lo destrozó por amor, porque le gustaba, y tal vez lo cortaba para comerlo. Lamento no haber prestado mayor atención a los hechos en su momento; ahora no tengo la menor chance de averiguar cuánta verdad hay en estas disquisiciones.
Alguien se preguntará por qué conservé ese yuyo durante tantos años y por qué lo tuve siempre conmigo mientras vivió. La respuesta es que yo nunca me ocupé personalmente de las mudanzas de domicilio, de las que hubo unas cuantas, y que los encargados de la mudanza fatalmente trasladaban esa maceta con ese yuyo adonde nos mudáramos; y cuando finalmente me vine a vivir solo, la persona que preparó la mudanza consideró que ese yuyo me pertenecía y me lo envió, junto a otras macetas con otras plantas que alguna vez yo había criado, aunque ahora no quería tener plantas, porque aquí, en este apartamento, no hay un lugar apropiado para ellas, y no me gusta verlas sufrir. Las hice colocar en el lugar donde pensé que menos podrían sufrir, o sea en el balcón, en el balcón del living-comedor, y allí recibieron sol y lluvia y vientos y fríos y todo lo demás, sin que nadie se preocupara por ellas. Tal vez fui cruel, pero la verdad es que apenas podía ocuparme de mí mismo, y hasta por ahí nomás. Hasta por ahí nomás.
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Antes de acostarme hice la diaria recorrida por la casa,para controlar que todo estuviera en orden; la ventana del baño chico, al fondo, estaba abierta –para que durante la noche se secara la camisa de poliéster que me pondría al día siguiente-; cerré la puerta (para evitar corrientes de aire); en la cocina, la canilla de la pileta goteaba y la apreté, la ventana estaba abierta y la dejé así –cerrando la persiana-; la lata de la basura ya había sido sacada fuera, las tres llaves de la cocina eléctrica estaban en cero, la perilla de control de la heladera marcaba 3 (refrigeración suave) y la botella empezada de agua mineral tenía puesto el tapón hermético, de plástico; en el comedor, el gran reloj tenía cuerda para algunos días más y la mesa había sido levantada; en la biblioteca debí apagar el amplificador, que alguien había dejado encendido, pero el tocadiscos se había apagado en forma automática; el cenicero del sillón había sido vaciado; la máquina de pensar en Gladys estaba enchufada y producía el suave ronroneo habitual; la ventanita alta que da al pozo de aire estaba abierta, y el humo de los cigarrillos del día se escapaba, lentamente, por ella; cerré la puerta; en el living hallé una colilla en el suelo; la deposité en el cenicero de pie, que la sirvienta se ocupa de vaciar por las mañanas; en mi dormitorio le di cuerda al despertador, comprobando que la hora que indicaba coincidía con la del reloj pulsera en mi muñeca, y lo puse para que sonara media hora más tarde a la mañana siguiente (porque había decidido suprimir el baño; me sentía un poco resfriado); me acosté y apagué la luz.
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Un perro, Campeón. Vivía solo con él y llegó a incomodarme. Lo llevé al bosque, lo dejé atado con una piola que pudiera romper con un poco de perseverancia y volví a casa.
En un par de días lo tuve rascando la puerta; lo dejé entrar.
Se me hizo intolerable; lo llevé a un bosque más lejano y lo até a un árbol con una piola más gruesa (sabía que el defecto no estaba en la piola sino en la fidelidad del animal; quizás tenía la secreta esperanza que esta vez no pudiera liberarse y muriera de hambre).
Volvió algunos días después.
Entonces supe que el perro volvería siempre. No me atrevía a matarlo por temor a los remordimientos; y pensé que aunque lograra efectivamente perderlo, en un bosque más lejano aún, viviría con el temor constante de su regreso; atormentaría mis noches y enturbiaría mis alegrías; me ataría más su ausencia que su presencia.
Entonces dudé apenas un instante ante la majestad del bosque compacto que se alzaba ante mis ojos –umbrío, imponente, desconocido–; resueltamente, comencé a internarme, y seguí internándome hasta que, finalmente, me perdí.
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Lorsque nous arrivons à un certain âge, nous cessons d’être le protagoniste de nos actions : tout s’est transformé en pures conséquences d’actions antérieures. Ce que nous avons semé a subrepticement poussé et, soudain, explose en une sorte de jungle qui nous cerne de toutes parts, et les jours se passent uniquement à nous frayer un passage à coups de machette, dans le seul but de ne pas être étouffé par la jungle ; [...]
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En été, mon esprit se défait, et je passe tout mon temps à fuir mon corps. A cause de la chaleur, mais il y a plus que la chaleur ; il a dans les étés je ne sais quoi de mortifère, qui me désespère, me déprime, me vrille les nerfs, tout le temps, un par un.
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Et bien : justement parce que c'est un travail inutile, je dois le faire. J'en ai assez de courir après l'utilité ; cela fait trop de temps déjà que je vis séparé de ma propre spiritualité, piégé par les urgences du monde, et il n'y a que ce qui est inutile, désintéressé, qui peut me donner la liberté indispensable à mes retrouvailles avec ce que je pense honnêtement être l'essence de la vie, son sens final, sa première et dernière raison d'être.
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