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3.28/5 (sur 16 notes)

Nationalité : Argentine
Né(e) à : San Luis de la Punta de los Venados , le 1/05/1943
Biographie :

Eduardo Belgrano Rawson est un écrivain né en 1943 à San Luis, en Argentine. Journaliste et romancier il vit à Buenos Aires. Il interrompt ses études de droit pour exercer le journalisme et écrire des scénarios de bande dessinée.
Il est passionné par la Terre de Feu où il a fait de nombreuses expéditions. C'est Luis Cortazar qui découvrit le talent d'Eduardo Belgrano Rawson et contribua à la publication en 1974 de son premier roman : No se turbe vuestro corazón.
En 1991 parut "Fuegia", auquel l'Argentine fit un accueil exceptionnel (Prix du Livre argentin 1991).
Il a reçu plusieurs prix dans son pays natal, l'Argentine et ses travaux ont été publiés en Amérique latine, et en Europe.

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Citations et extraits (5) Ajouter une citation
lgo estremeció los manglares. Fue un ronquido lejano, proveniente de alta mar. Pasó a través del balneario y llegó hasta el corazón de la Ciénaga, donde habitaban los cocodrilos, que todavía no se inmutaron. Estaban muy activos de noche, vagando de aquí para allá. Era fácil descubrirlos con el auxilio de una linterna. La luz rebotaba en sus ojos, que tomaban color fuego. Pero por el momento no había en la zona un solo cocodrilero en acción. Por eso los cocodrilos siguieron con su rutina. Una madre cariñosa se lanzó a trasponer un riacho con sus crías en el lomo. Nadaba plácidamente entre nubes de vapor. La noche estaba muy fría.

Para el lado del criadero, junto a la boca del río, el panorama era distinto. Al percibir el zumbido, los cocodrilos cautivos agitaron la cabeza y se atacaron entre ellos. Un concierto de bramidos se levantó sobre el fango. Tal vez confundieron ese ronquido con los camiones de la comida. Debió transcurrir un rato hasta que al fin se calmaron. Entre tanto su griterío se contagió al humedal. Algunas cotorras chillaron y las garzas echaron vuelo. Solamente los cangrejos mantuvieron la compostura. A esa hora colmaban la ruta que corría por la playa. Iban a desovar en el agua como lo habían hecho por siempre, cruzándose con los otros que retornaban del mar. Una espesa capa naranja hacía ondular el camino. Por el momento, éste lucía desierto, lo cual significaba un desastre para la economía local. Entre febrero y abril, la gomería del pueblo no daba abasto. El estallido de los cangrejos bajo las ruedas no era nada poético. El asfalto se teñía de rojo hasta formar una pasta. Con el calor empeoraba todo. Los turistas que iban en coche hacia Playa Larga preferían alzar los vidrios.

Era cerca de medianoche. Un habitué de la playa lamían oyó algo extraño. Más que un motor de camiones, sonaba como una carrera de lanchas disputada mar adentro. Hubiera echado un vistazo, pero siguió tendido en la arena bajo el clamor de la noche. Era un mozo del complejo turístico, una golondrina del Caribe, de los tipos que hoy trabajan de barman en los hoteles de Aruba y mañana en las islas Vírgenes, pero mejor en aquellos lugares que tienen los impuestos prohibidos por la propia Constitución. No pensaba quedarse en el balneario. Los centros de turismo obrero no lo hacían saltar de entusiasmo.
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En otro lugar de la costa, un miliciano de guardia tomó aquel zumbido marino por una orquesta en afinación. Dedujo que se trataba de una lejana still band. Eso le removió los recuerdos. Una vez, por Pinar del Río, donde vivía su madre, había pasado una de aquellas orquestas de acero que los negros de Trinidad, después de la Guerra del Mundo, fabricaban con tambores de gasolina dejados por los usnavis. Ahora estaba en la Ciénaga censando analfabetos, pero de momento se hallaba a cargo de una subametralladora para reportar cualquier amenaza marina. No pensó que una still representara peligro, así que sacó un cigarro y disfrutó de la soledad. Se le hizo que estaba en los bosques húmedos de Trinidad, de olor a cacao y rosas de porcelana, al son de la banda metálica en alguna mañana de carnaval.

Entonces surgió una cosa en el cielo. Algo así como un puñado de nuevas constelaciones. Al menos eso les pareció a los noctámbulos que paseaban por la playa. Pero sólo era la imagen del Cristo Crucificado, hecha de polvo de estrellas.

En cambio, para los hombres de un yate que ingresaba en la bahía, eso que tanto había ofuscado a los cocodrilos sonaba como un chillido de pájaros.

El barco se llamaba Shirley. A su patrón le decían Bob. Paseaba por el Caribe con un tripulante cubano. Durante los últimos días habían derivado hacia Cuba. El Shirley era uno de los tantos yates de lujo que andaban en busca de grandes peces. Por fuera lucía como el crucero de un millonario, especialmente dotado para la pesca en el Mar de las Antillas. Contaba con dos butacas en popa montadas en rulemanes. Eso era lo aconsejable, pues un ejemplar robusto podía librar batalla a lo largo de muchas horas. De los costados del barco pendían largas varas de bambú, finas como los bigotes de un langostino, para remolcar la carnada. El Shirley, a pesar de su tamaño, era capaz de ir en zigzag detrás de las aves que escoltaban a los cardúmenes, pues a la zaga de éstos siempre nadaba un gran pez.
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De modo que la dotación del Shirley, además del patrón del yate y su perra, se completaba con ese cubano de Siboney, que sabía todo lo imaginable en materia de pesca y filosofía, asuntos sobre los cuales se pronunciaba a la primera oportunidad. Pero las charlas de Bob con su tripulante no eran demasiado profusas. Su relación dependía de monosílabos y sobrentendidos. Cada uno andaba en lo suyo. Sólo de tarde en tarde confluían en alguna zona del barco. Ahora estaban sentados en popa, aparentemente dispuestos a sostener cierta clase de diálogo.

Era un domingo a la noche del Año de la Educación. Abril, para ser precisos. El mar seguía tranquilo. El cubano terminaba de arrojar la última colilla de ganga, la mejor marihuana del Caribe. Se llamaba Rider D. Bonavena, un hombre recién convertido a la religión rastafari. La marihuana, en lo que a él concernía, era puro sacramento, algo de origen sagrado que sólo podía venir de las Escrituras. Cruzó las manos detrás de la nuca y puso las piernas sobre la borda, mientras acechaba la bóveda negra y se perdía en divagaciones acerca del Universo, del infinito, de la velocidad de la luz y todo eso. Ahora se las veía frente a un nuevo misterio. Algo distinto flotaba en el cielo. Los rusos tenían un tipo allá arriba. Llevaba horas volando. Rider no salía de su asombro. Decidió hablarlo con Bob.
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Il suffisait que trois Cubains fassent la bringue pour que la soirée débouche sur un projet de libération. Ce truc de libérer quelqu'un de ses chaînes, c'était plus cubain que le mambo.
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Puis quelque chose apparut dans le ciel. Comme une poignée de constellations nouvelles. Du moins c'est ce qu'il sembla aux noctambules qui se promenaient sur la plage. Mais ce n'était que l'image du Christ en croix, faite d'une poussière d'étoiles.
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