¡Pues tiene unas ganas su altivez airada
de concluir con todas las habladurías!…
¡Tan capaz se siente de hacer una hombrada
de la que hable el barrio tres o cuatro días!…
Y con la rudeza de un gesto rimado,
la canción que dice la pena del mozo
termina en un ronco lamento angustiado,
¡Como una amenaza que acaba en sollozo!
¡De todo te olvidas! Anoche dejaste
aquí, sobre el piano, que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro vedado, de tiernas memorias.
Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,
el dulce secreto que no diré a nadie:
a nadie interesa saber que me nombras.
....Ven, llévate el libro, distraída, llena
de luz y de ensueño.Romántica loca.....
Dejar tus amores ahí, sobre el piano!
..De todo te olvidas, cabeza de novia!
En medio del gentío ya no hay quien pueda
pasar, pues andan sueltos los pisotones
que han promovido algunas serias cuestiones
entre los ocupantes de la vereda.
En la puerta, un travieso chico remeda
la jerga de un vecino que a manotones
logró llegar al grupo de los mirones
que, una vez en el patio, formaran rueda.
Una buena comadre, casi afligida,
cuenta a una costurera muy vivaracha
que, a estar a lo que dicen, era el suicida
— un borracho perdido, según oyó
el marido de aquella pobre muchacha
que a fines de este otoño lo abandonó