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4/5 (sur 4 notes)

Nationalité : Pérou
Né(e) à : Lima , le 27/10/1941
Mort(e) à : Lima , le 1/11/2016
Biographie :

Né le 27 octobre 1941 à Lima (Pérou) et mort le 1er novembre 2016 à Lima, Rodolfo Hinostroza est un poète, écrivain, journaliste et critique gastronomique péruvien.

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Citations et extraits (7) Ajouter une citation
No cantaré tu empresa, César:
hay un solo cantor para el ascenso
y hay mil para el descenso
descubre entre tu gente al elegido
y que no sea tarde
muerto apaleado
envejecido mudo
dentro & fuera
en un cruce de caminos
clavado a una cruz invertida
ojos que vieron la disputa del Poder
y aceptaron le mélange atroz
mientras nosotros los mil
del Este y del Oeste
un rêve, una visión
de una Historia pulsátil que se cierra y nos echa
hora del Poder
nuestra hora es la diáspora
la Idea marcha sobre la tierra retumba
como un tonel
pero en lo nuevo vive el germen de lo viejo &
viceversa
y la empresa final asume formas definidas
el cuello de botella
se abre hacia el infinito
y no cantaremos César poderes temporales
sino el total del diálogo
o rien du tout.
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La cotidianidad puede ser tan hermosa como el heroísmo
sin salir de su casa se puede conocer el mundo
el movimiento del aminoácido y los astros
atravesado de energía
concibiendo
cómo es que el universo ensambla desde arriba
por el cambio incesante
y una manzana otra vez una manzana
mordida por la belleza rubia
se lleva el paraíso
goteando
y la otra margen no habremos de alcanzar
mediadores entre el mundo de la realidad y el mundo
de los sueños
quietos en la contemplación
cabras que pastan entre los rododendros
un pueblo de sucias chimeneas abajo
y el roce de una mano puede precipitar el éxtasis
avant-garde
de un mundo que entrevemos
trizados por el Poder
que avanza sobre sí mismo y crece sobre sí mismo
ayer y hoy
en su naturaleza hay algo de maligno
ahora y siempre.
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Oh, Señor de Gran Poder
mi poesía acabará conmigo
animal mortal
hecha por un animal mortal
pero será leída por jóvenes tan jóvenes
que creerán que es un viejo el que escribe
para ellos
no deteriorados por la barbarie del poder
nítidos
mejores
esperan con enormes grupos el Metro de las 6
andróginos y bellos
la noche fue de amor y marihuana
vienen del Norte y del Este
quién necesita una patria
los insultos no pueden contra ellos
semejantes al alba
Oh César
ignorando el poder.
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III

No habían países
Anatolia Bretaña Pomerania
las incesantes migraciones
lentas oleadas de aves/paisajes de diluvio
todos somos negros/judíos/vagabundos
ningún dios vale tanto
Las puertas no prevalecerán
arrastramos un total una fuerza
no morirán conmigo las praderas
he dejado una voz un llamado
las naranjas de Wesselmann
el óvulo del sol
Mater dolcissima.
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XI
Bajo el signo de Scorpio
ciclo de la verdad y la putrefacción
con la opción del suicidio en el círculo de fuego
para a su vez podrirse y engendrar.
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La llamada de mi padre, alta como un penacho de plumas
y al tacto como la pringamosa de aquellos baños. ¿Recuerdas?
Las aguas ferrosas que calentaban tu cuerpo tenían colores,
de serpiente plana, y la tierra se había descosido en sus
espacios, y llevábamos nuestra infancia como un estandarte
sin sombras, entre paraísos de yeso, y ángeles larvados
y la tía apócrifa. De ella digo, ¿qué digo?, que en sus ojos
ardían mis espadas de estaño y que se había fugado
cuando las hogueras carcomían la noche de San Juan.
Se me había advertido, se me había repetido: “Octavio, Octavio,
una gran ola salió del río cuando tú nacías. Nos salvamos
porque las campanas sonaron a muerto y la familia
había cavilado toda esa madrugada. Trepamos a los cerros
y durante todo un día vimos morir al pueblo. El Huascarán
nos miraba y entonces fue que sentimos esa blancura
imperdonable”.
(Nosotros tres habíamos enterrado ceremoniosamente,
en un rincón del patio, bajo la gotera, al canario muerto entre
las trenzas de mi hermana. Las campanas del ángelus nos
doblaban las rodillas
y de la muerte sabíamos que era una bella palabra.
Sí, porque mirábamos a los púlpitos de arcilla achacosa
en donde dormitaban ángeles bonachones, y nosotros sabíamos
llevar el domingo en los hombros, como una prenda nueva.)
No volverás a aquello, ni hallarás ese patio cuadrado
con una fecha dibujada en piedras negras. Los países se encogen
como esa tía abuela que olía a alcanfor,
y los hierros de las capitales inundan esos claros espacios
donde tu corazón anclaba, como un canto rodado. No sentirás
los pasos de tu padre midiendo las estancias donde los retratos
negreaban, como párpados muertos. No volverás
recuerdas ahora?
ahora recuerdas? “Júrame que no dirás
a nadie que esa lechecita
que tienen los grandes entra
al estómago, y después dicen que
nace el hijo. Como a la Asunción,
te acuerdas de su barriga. No lo digas
a nadie”. Y nosotros espiábamos, porque en el pórtico de esa
casa
que olía a jazmines, las hermanas Cárdenas besaban,
y se hacían besar por los soldados.
Entonces los sudores repentinos desleían las sábanas de lino,
y yo había creído en los cuentos de la india desdentada
que vendía yerbas contra el mal de ojos, y cuando vi
esa mano huesuda en el terrado, bajo ese cielo rojo,
ella rió y lloró, cubriéndome de besos.
Oh, los sueños, los sueños que tomaban la forma de cestos de
mimbre
donde un niño dios nadaba entre dos aguas! Yo no conocía el
mar
y todo era sólido al tacto, como aquella familia
que se había procreado entre cerros y estrellas, en tiempos tan
lejanos
como la lengua que hablaban los sirvientes. Pedro Granados
me cargaba conmovido. Sus más jóvenes hijos eran muertos
en un aluvión de piedra y lodo, y yo había oído
que en ciertos días perdía la memoria. Oh, y la hermosa
caligrafía
de tu madre, y sus manos que dibujaban catedrales de barro
cocido,
y los prohibidos baúles de cuero, donde los libros se agitaban
como peces asustados!
De qué se llora, dí de qué se llora
cuando se tiene padres sólidos, y la saliva invade la boca,
y se ha recibido una vieja cuchara de plata,
y se pasea, a la luz de la luna, por un bosque de cedros
conteniendo las ganas de orinar. De qué se llora entonces
cuando en las tardes de yodo hemos prendido velas
a los santos patronos, cuando nada ha caído, salvo, tal vez,
el nido de ese pájaro en un charco. De qué se llora
cuando los días se cierran como un aro y el mundo
es una palabra que salta y produce escozor en nuestras lenguas?...
Recuerdas, exiliado por tu brutal sonambulismo, recuerdas
las alcantarillas de tu ciudad que nutrieron al río de oro,
recuerdas el abrevadero, junto a la alameda de los muertos
marcada con enormes piedras blancas como el llanto de un dios,
donde se encontraban los talismanes y los palos torcidos
que inundaban de majestad tu frente?
(Seres, nombres de seres.
Deslumbramiento de monos habladores bajo el cielo feriado./
Tambores
de piel de chivo alejando cosas y cosas de bronce
hacia las capitales escarlata, mientras mi madre, partícipe de mi
sueño, aguardaba por unas bellas frutas que yo había visto
en el mercado, al fondo, junto a las ollas pintadas.)
De este destino diré hoy que lo ví crecer
como el arco de yeso de la casa, cuando mi sombra huía
como una llama muerta. Y del llanto que pendió
de los dedos monótonos, digo que puede ser ternísimo
cuando se tiene una espada de lata
y las estrellas llegan a abrevar sus distancias
en la mirada parda.
Porque yo recuerdo
que tuve todo eso, y que vi reposar a un burro blanco
en el sol de Enero y que oí comentar a los mayores
las noticias de cierta lejana guerra. Y el movimiento del caballo
y ese rey perezoso me retuvieron horas y horas
en el perfume de la media mañana, bajo el sol de Enero,
esperando la brillante jugada de mi padre.
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- Relato de Otelo -
Cierta vez, en Aleppo,
sí, fue en Aleppo donde me desgracié con ese turco circunciso:
le ceñí con sus propias babas, y su lengua morada escupió las
plegarias, y así
salvé mi vida. Esta vida que tan poco valía, y que hoy pesa en tus
manos
como un cofre de ébano. Signorina.
Aunque yo caigo
tumbado sobre un sueño de paz
roto por las matracas de la guerra, nada se habrá perdido si es que no te he perdido
Aunque yo caiga sobre los amargos tablones del recuerdo,
y recoja el final de la experiencia, y encuentre que sólo es un ave
mojada
y el término y sentido de este viaje se extravíen
como arras oxidadas de algo que no ocurrió, nada se habrá perdido
si he logrado hacerme amar por ti.
“Moro! Por quién has combatido!”. “Moro!
Para qué has combatido!”, me gritaron los jinetes ociosos
viéndome hablar contigo. Y en verdad, Signorina, después de este
feroz ascenso de flecha malherida, he vuelto la cabeza
para ver quién servía, y no he encontrado a nadie. Pero os tuyos
escupen a escondidas cuando paso, y los míos me niegan, y ese
callado
impulso de grandeza que me arrancó de esclavos y galeras
ha cesado, y es como si de pronto, en la alta noche
el rumor de la mar cesara, despertándonos,
y el helado temor y la premonición trepasen la garganta como
arañas.
Hacia Chipre, una vez,
un insolente rubio me dijo que yo apestaba a rata. No pude sino
herirlo
y entonces me arrojaron del barco, y quedé solo otra vez,
por mi olor, por mi piel, por esta mirada que ahuyenta a los
búhos. Y quedé
solo
después de haber contado una penosa historia
de brutalidad y miseria, de espantos y gargajos, y de una avidez de
amor
arriba de la piel, debajo de la piel
tensa como un tatuaje, Signorina…”
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