La cara monstruosa de una actriz hace muecas lúbricas, contemplando la silueta de un automóvil último modelo. Entre dos cines hay una callejuela estrecha; es un alero perdido entre la maravilla; de las paredes sale un vapor obscuro, caliente; acaso es el sudor de los teatros. En el asfalto se apelotona el chicle mezclado con la grasa y el aceite de los restauranes y automóviles. Cajones de basura se amontonan junto a puertecillas misteriosas. Apenas diviso a dos sombras furtivas, atorrantes hambrientos en busca de mendrugos, o viciosos, o ladrones.