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EAN : 9788402083470
101 pages
Fondo de Cultura Economica (01/12/2001)
3.5/5   2 notes
Résumé :
En esta novela, el imaginario sexual y el cuerpo de la mujer son el hilo narrativo de la historia. Las protagonistas, Mariana y María Inés, dos mujeres idénticas, son paralelas que se juntan en un tiempo y espacio finitos. Steven Bell afirma que “en ninguna otra obra de García Ponce (1932-2003) se han entretejido mejor y con mayor armonía los conceptos con la anécdota, las ideas con los personajes.
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No regresaron al hotel hasta que el sol había perdido algo de su fuerza y quedaban muy pocos bañistas en la playa. Mientras caminaban por la orilla del mar, Mariana se desabrochó los tirantes del sostén que rodeaban su cuello y al caer éstos dejaron ver dos rayas blancas en su piel ligeramente enrojecida. Más abajo estaban sus pechos, que Esteban podía entrever de vez en cuando, blancos también. Pero no se tocaron. Nada más caminaron muy cerca uno del otro. Ante la puerta del bungalow, bajo el portal, mientras buscaba la llave del cuarto en la bolsa, Esteban descubrió un brillo malicioso en los ojos amarillos y cafés de Mariana bajo el firme trazo de sus cejas. Al cerrar la puerta tras de sí la sombra era inesperadamente acogedora en el interior de la habitación. Las sobrecamas blancas y los contornos de cada uno de los muebles se dibujaban nítidamente en esa dulce penumbra. Entre ellos, Esteban vio a Mariana de pie en el centro del cuarto y en seguida sólo su figura fue visible, como si todas las demás cosas se hubieran hecho a un lado, ocultándose. Se acercó a ella y le quitó el sostén y luego el calzón de baño. Mariana se apartó muy despacio y se acostó sobre una de las camas, boca arriba, con los brazos extendidos a lo largo del cuerpo y las piernas apenas entreabiertas. La larga permanencia del deseo había convertido toda impaciencia en una imprecisa intensidad que cerraba la textura de ese mismo deseo. Al mismo tiempo que su cuerpo se tendía sobre Mariana, Esteban entró a ella. Todo ocurrió muy lentamente, sin ninguna medida y fuera del mero transcurrir. Esteban estaba en Mariana, dentro de Mariana, y ella lo recibía como una parte imprescindible de sí misma. No podían saberlo porque eran incapaces de tratar de averiguarlo, pero en ese momento todo su pasado, toda su historia, se borraban y no eran Esteban y Mariana, eran el amor, e instrumento del amor. Fueron siguiéndose uno al otro, Esteban dentro de Mariana y Mariana alrededor de él y el cuerpo de Mariana bajo Esteban y el de Esteban encima de ella. Las manos de él rodeaban la cara de ella. Sus bocas se encontraban. Los brazos de ella estrechaban la espalda de él mientras sus manos la recorrían suavemente de arriba abajo. Y en algún lugar, distante e inmediato, los movimiento de sus cuerpos se encontraban o el de alguno cesaba de pronto en la espera del otro, mientras Mariana se quejaba cada vez con mayor frecuencia. De pronto dijo claramente: “No. Todavía no. Espera”; pero entonces los quejidos y murmullos se confundieron sin poder cesar y encontraron un ritmo dentro de una ausencia absoluta de ritmo hasta que Mariana dio un largo grito mientras Esteban le besaba toda la cara y los dedos de ella se aferraban a su espalda como si necesitaran encontrar el punto de apoyo donde se hallara el término de una caída sin fin en la que Esteban había desaparecido también perdiéndose en la oscuridad de su propio placer. Ninguno de los dos dijo nada luego, ni tampoco se movió. Él se quedó sobre ella y dentro de ella. Así estaban, dormidos, uno en el otro, confundiendo el sudor de sus cuerpos, cuando una de las sirvientas del hotel llamó a la puerta del bungalow para preguntarles si no iban a ir a cenar.
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Esteban reparó en la manera en que la forma de sus rodillas se señalaba en sus largas piernas. Mariana no terminaba de revelarse nunca y siempre podía volverse a empezar a descubrir rasgos y peculiaridades de ella. Ahora estaba su figura en el portal. Había dormido junto a Esteban, y lo había dejado despertar solo, sin ella, quizás, pensó Esteban, porque de pronto tenía la misma necesidad y sintió la misma egoísta satisfacción que él experimentara la noche anterior ante el hecho de poder mantenerse aparte. Pero también estaban juntos, en el mismo cuarto, en el mismo lugar. Él, con Mariana, hasta la que había llegado finalmente. Su presencia era única y tenía una capacidad totalizadora que lo conmovía sin poder hacer otra cosa que dejarse arrastrar por esa disolución de sí mismo en ella. Y sin embargo, también era otra. María Inés. Una Mariana distinta dentro de Mariana y que era la misma Mariana. Pero el cuerpo de Mariana lo abarcaba todo. Era su verdadera unidad. Más allá de su figura, estando su figura presente, no había ninguna necesidad de pensar y fuera de esa figura, poniéndola al mismo tiempo en el mundo, la luz también revelaba, por un lado, al terminar la blanquísima franja de arena, el oculto movimiento del mar que sólo se hacía evidente en el último giro sobre sí mismas de las olas que se sucedían unas a otras y rompían finalmente sobre la arena y, del otro lado, en el tupido jardín tropical que rodeaba los bungalows y en el que todas las variantes del verde se hacían posibles en las inesperadas formas y tamaños de las plantas, del mismo modo que el mar era unas veces azul y luego gris plata y luego verde también. Más lejos, en la dirección del mar, no había nada, sólo la pura luminosidad sin color del cielo desprovisto de nubes durante enormes extensiones sin fondo bajo las que también se levantaban, separándose del jardín, las abruptas elevaciones y los descensos de las altas montañas. Entonces, el mundo alrededor, igual que Mariana, tenía una realidad firme y segura ante la que era posible conmoverse sin llegar a poder apresarla nunca, sino disolviéndose del mismo modo en su carácter inagotable. Una cosa y otra formaban la imposible conjunción entre lo eterno y lo temporal. Se tenía la tentación de ser humilde y esa humildad, su mera percepción, creaba un orgullo sin límite. Pero de pie en el portal del bungalow, sonriéndole a Esteban, Mariana era ajena a todo eso.
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