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EAN : 978B004FIB5Q6
ESPASA-CALPE, S.A/COLECCION AUSTRAL (01/01/1947)
3/5   2 notes
Résumé :
"De acuerdo con su escuela, que es la mejor, no ha cantado Mariano Latorre las bellezas de un mundo abstracto, la naturaleza en general o una naturaleza más o menos arreglada a su gusto, sino una tierra bien definida, bien concreta, una provincia de Chile, su provincia natal. Latorre ha querido incorporar a la literatura de nuestro país ese rincón del vasto y pintoresco reino de Dios que se llama Maule..." (Alone, Pacífico Magazine, Nº 97, enero de 1921).
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Critiques, Analyses et Avis (1) Ajouter une critique
En tant que chef de file de la littérature nationale chilienne, ses récits visent à préserver les valeurs éternelles des traditions nationales. Son projet intellectuel et sa stratégie littéraire sont cohérents : son écriture est une quête d'une authenticité chilenne. C'est pourquoi Mariano Latorre n'hésite pas à parcourir le paysage en tous sens, faisiant des éléments spatiaux, sociolinguistiques, ethniques de chaque région les motifs clés de son discours. Ses narrations s'intéressent à la faune, à la flore, à la ruralité, à la topographie chilienne qui font l'objet de longues et minutieuses descriptions, parfois transpercées d'un élan poétique d'une indéniable qualité.
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Citations et extraits (2) Ajouter une citation
...Pichuca, la única hija del Ojo de Buey, no estaba dormida, sin embargo. El silencio que dulcemente la rodeó apenas los tres borrachos abandonaron el cuarto, terminó de despertarla. Como en los amaneceres, sentose en su colchoncito de hoja de maíz, que a cada uno de sus movimientos crujía como si bajo él gritasen un millón de grillos asustados. Se restregó los ojos una y otra vez. El silencio, como una araña invisible, empezó a tejer en torno suyo una tela de medrosa soledad. Soledad hecha de ruidos confusos y tenues: sordo correr de ratones, baratas que se perseguían en los viejos papeles despegados, dulce sollozo de una llave de agua a medio cerrar en el ancho patio del conventillo. El sobresalto trajo la claridad de la conciencia. Estaba sola. Creyéndola dormida, sus padres y su padrino salieron a divertirse. En su cabecita sobreexcitada, esta Nochebuena que alegraba a todos, y de la cual la eliminaban a ella, había prendido como un prodigio. La angustia apretó la garganta con sus anillos de serpiente. Fue un sollozo convulsivo, primero; llanto aliviador y luminoso, después. En su húmedo bienestar brilló, entonces, una resolución: conocer el secreto de la Nochebuena.
Púsose de pie y empezó a vestirse. No mucho que ponerse: una faldita sucia, un resto de rebozo. Los tiesos cabellos los amarró en un amanojo con una tira roja que guardaba cuidadosamente, único gesto de coquetería de Pichuca. Vistiose con toda clase de precauciones. Creía que mil ojos invisibles y burlones la vigilaban e iban a impedirle su salida a la calle. Tropezó con la banqueta de trabajo de su padre. No se movió, envuelta en un precipitado torbellino de latidos que duraron tanto como los argentinos temblores de la lámpara en su viejo soporte de metal. Al borde de la banqueta estuvo largo rato, en espera de algo impreciso que estaba próximo y lejos al mismo tiempo, dentro y fuera de su cabecita en llamas.
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La luna pascual derramó, de pronto, su tibia leche plateada por el cuarto sucio e inundó de paz el corazón tembloroso de la niña. En la puerta entreabierta hervía una fantástica claridad, que marcaba una ruta de ensueño. Pichuca avanzó hacia el patio, pero volviose bruscamente al observar, sobre el catre de madera de sus padres, un halo de fúlgidas vibraciones. Un Niño Dios le sonreía en su marco de madera y le señalaba la noche con su dedito gordezuelo e imperativo. Un rayo de luna habíase posado en el vidrio, como una mariposa cansada de vaguear por los aires.
Confiadamente avanzó Pichuca hacia el patio. Sus piececitos negros, curtidos, no temían el áspero ripio ni las piedras puntiagudas. No dudó ya más. Deslizose a lo largo de las paredes del conventillo y en la dispareja calle de arrabal avanzó confiada. Una fuerza desconocida parece guiarla. Ni miedo ni temores.
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