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Citation de SophieChalandre


Nadie quería ceder. Llevaban muchas horas reunidos, sin avanzar ni retroceder, en torno a una mesa rebosante de papeles, ceniceros, platos con restos de comida. Los hombres sentíanse fatigados. De mal humor. La única que parecía ser ajena a lo que se discutía era la secretaria de Perkins, esa mujer de pelo color arena que operaba la maquinita de taquigrafía. El mismo Perkins, que apenas había hablado una o dos veces desde la mañana (cuando entraron todos con sonrisas en los labios y buenos deseos en las palabras), no disimulaba su fastidio. Arrellanado en la butaca de la cabecera mordisqueaba la uña de su pulgar. Los ojos de Perkins se encontraron con los de Marcos Luquín. Sonrió.
— Con un poco de buena voluntad… Comenzó diciendo Perkins.
Lo interrumpió Luquín:
— Es lo que yo digo. Buena voluntad de las partes…
— Existe, por nuestro lado…
— Claro, para arreglar el problema según le conviene a usted, Mr. Perkins. No según nos conviene a todos…
Lentamente Perkins encendió un cigarro. Los abogados, los consejeros de la empresa, incluso la misma secretaria, quedaron en suspenso, observándolo, tratando de adivinar qué respondería. Perkins jugueteó un momento, pensativo y tranquilo, con su encendedor automático. Era un hombre alto de rostro cordial. Pero sus ojos eran fríos, duros, como de serpiente. Las uñas de la secretaria acariciaron, casi con sensualidad, las teclas de la maquinita.
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