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Citation de SophieChalandre


El desconocido esperaba en el pasillo, arriba, donde termina la escalera. Estaba de pie en el umbral, como en los miedos. Me acerqué y me levantó en vilo con su cuchillo, en una intimidad inesperada. No podía ver su cara, pero seguía mirando su familiar silueta. Había quedado una copa en la mesa del jardín, y llovía sobre la copa. Y aquí estoy, ahora, como si pudiera hablar. Como si se pudiera hablar y ser comprendida, y no ser la apestada. El heautontimorumenos.

Yo, obligada a los espacios pequeños, desarrollé la habilidad, a veces la trampa, de mirar fijo hacia adentro, mirar fijo hacia donde no están las cosas. Hablar, quiero hacerlo con muy poca gente, pero no sé quiénes son. Yo miro todo lo que puedo; a veces no puedo sostener la mirada sobre los otros y me pierdo de mí al retirarla de ellos. Y tengo la voz enronquecida de tanto no hablar. Es entonces que acerco mi cara al celular y hablo. Pregunto allí cuál es la dosis cotidiana de palabras que hay que emitir para no perder la voz. Si hay una medida. Cuánto debería hablar una persona, por día, de manera concentrada, o no, para que la voz se sostenga. Sin embargo, hubo veces en que acerqué gozosamente mi boca al micrófono. Escuché el aire que se condensaba y envolvía mi cara. Había personas frente a mí, a veces en la oscuridad de una sala. Probaba el sonido; levantaba el papel escrito y leía hacia la oscuridad o hacia el inasible conjunto. Cada palabra, el ritmo de una a otra, su autonomía entre el micrófono y mi garganta, entre el micrófono y la penumbra, hacía entonces que el texto saliera de mi cuerpo.
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