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3.67/5 (sur 3 notes)

Nationalité : Mexique
Né(e) à : Mexico , le 13 juil 1940
Mort(e) à : Bloomington , le 26 juin 2015
Biographie :

Romancier mexicain.
Il a vécu aux Etats-Unis où il enseignait à l'université d'Indiana à Bloomington.
Il est considéré comme l'un des initiateurs du mouvement La Onda des années 1960, il a publié une quinzaine de livres.

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Citations et extraits (4) Ajouter une citation
Lo que sigue es confuso.
Vulbo (había perdido definitivamente su color natural) se retiró hasta una prudente distancia. Vio cómo el dramita atraía a una decena de personas. Las calles se le hicieron misteriosas y el edificio del Multifamiliar le pareció de pronto oscuro. Del grupo se levantaban dos voces, una horrorizada y otra enfurecida; sonaban a la vez. La gente se movía, levantaba un murmullo curioso, alegre y asustado. Vulbo reflexionaba (parece): un golpe lo dejaría ciego porque traía puestos los anteojos oscuros de Fidel. Podían romperse y no eran suyos. Una herida profunda con el sable y hubiera muerto, por una muchacha a la que ni siquiera quería. El tipo seguía vociferando. Vulbo veía todo a veinte metros.
Vio al hombre rubio que rasgó los galones del cadete y le quitó el sable. Todo esto como entre brumas y durante un momento espantoso. Nunca iban a rasgarse esos galones. Comenzaban a romperse y se alargaban interminables, irremediablemente, y luego todo se quedaba suspendido en un espacio duro, fotografiado, en el cual nada sucedía o todo sucedía trastocado con siglos en lugar de segundos, y silencio en lugar de ruidos. Y en medio de aquella bruma horrible Vulbo se llenó de valor y palpó en la bolsa de sus pantalones el juego de espuelas robadas en el Museo del Chopo y las tenía en la mano pero el cadete ya saltaba sobre un tren Mixcoac Tetepilco, y el hombre rubio que lo perseguía frenaba su carrera, disminuía el número de pasos por minuto hasta detenerse. El tren se empequeñecía cuando más avanzaba en dirección al supermercado. «Esto es ayuda americana —se dijo Vulbo, con rencor— y no otra cosa».
Después, con Nácar y la madre-menopáusica, fue a un restaurante bar. Las sillas eran angostas e incómodas. No querían comer, no quisieron y pidieron cubas con sabor a agua sucia.
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Las de Guadalajara eran flacas flacas pero tenían muy bonita cara. Y eran de un nervioso, tú, como una pareja de pájaros, la mayor con cierto aire resuelto, manoteando siempre como si nadara entre nosotras o marchara golpeando una gran tambora ¿no?; la otra riendo, abriendo desmesuradamente los ojos, chisporroteando como un cerillo para después deprimirse como un gorrioncito achicopalado, o resfriado, o agónico, para al rato volver a palmotear con las manitas huesudas, toda feliz, exhalando suspiritos cortos y fulgurantes ¿no?, como una luz de bengala. Junto a ellas, La Vestida de Hombre y yo parecíamos de cartón ¿cómo se dice?, de papel maché.
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Las Tapatías y yo estábamos hablando de dulces, de pasteles, de refrescos, del daño que te hacen esas cosas, de recetas de cocina, de chocolates, de restoranes, bueno, de lo que nos gustaba ¿no? Y estábamos muertas de risa, tratando de que La Vestida de Hombre no hablara, porque siempre saca su problema y ya nos tiene hasta el gorro la pobre. Entonces nos ponemos a hablar de nuestras familias, de cosas que nos han pasado ¿no? Como tú y yo.
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De todo esto hablaba con mis amigas y con el doctor. Primero con el doctor y luego con mis amigas, durante esas comidas deliciosas.
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