Tanta gente que moría y sufría allí todos los días y qué poco se notaba eso en la aparencia y en la vida diaria del hospital. Allí la muerte desaparecía como por prestidigitación. Con los agonizantes se hacía como si no lo fuesen, y luego, cuando morían, desaparecían sin ruido, subrepticiamente. Allí desaparecían las evidencias de la muerte, hasta el punto de que las apariencias de banalidad intrascendente y rutinaria sepultaban en los vivos la conclusión de que alguien había muerto, casi como si la muerte de otro hubiera sido sólo una ilusión de los sentidos.