El oráculo de Delfos había enmudecido, las voces divinas se habían enmudecido también. Sólo quedaba el «numen arcádico». Junto a él, su fiel fauno, quien no se resigna y alienta a Pan para que emprenda aún «la conquista del mundo». «No quiero, no puedo. Ya no», responde el dios. Y sólo los rodea «la angustia humana del dios agonizante», dice el narrador conmovido. ¿Había llegado el fin de lo infinito en medio de un mundo
aparentemente sereno, apacible, indiferente?