Mi invención cundió rápidamente y al quinto día, al primer toque, las camas quedaron todas vacías. El celador entró, vio el cuadro, quedó inmóvil, llevó un dedo a la sien y después de cinco minutos de grave meditación, se dirigió a una cama, alzó la colcha y sonrió con ferocidad. ¡Era la mía!