Una tarde dioro en que el negro estaba curando una ternera trincada, con una pluma de pollo untada de creolina, Chabelo se decidió por fin; y, un tanto encogido, se acercó y le dijo:
—Mirá, negro, te pago dos bambas si me decís el secreto de la flauta. Vos le bis hallado algo que le pone esa malicia... Seya chero y me lo dice...
El negro se enderezó, desgreñado, blanca la boca de dientes amigos y franca la mirada de niño. Tenía abiertos los brazos como alas rotas, sosteniendo en una mano la pluma y en la otra el bote.
Miró luego al suelo empedrado y meditó muy duro. Luego, como satisfecho de su pensada dijo al pitero:
—No me creya egóishto, compañero, la flauta no tiene nada: soy yo mesmo, mi tristura..., la color..