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Citation de HenriMoufettal


Citaciones, Gabriel Garcia Marquez escribe de una manera que gusta muchissimo a mi oreja.

«Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela ».

—Es algo que se trae dentro desde que se nace y contrariarla es lo peor para la salud —dijo él.

«La sangre me golpeaba tan fuerte por dentro del cuerpo que ya no supe si era de rabia o de susto »,

En todo caso, pienso que mi intimidad con la servidumbre pudo ser el origen de un hilo de comunicación secreta que creo tener con las mujeres, y que a lo largo de la vida me ha permitido sentirme más cómodo y seguro entre ellas que entre hombres.

Pues era un forastero que llegó no se sabía de dónde ni cómo, con una buena hoja de vida, pero sin recursos conocidos.

Sin embargo, cuando el abuelo me regaló el diccionario me despertó tal curiosidad por las palabras que lo leía como una novela, en orden alfabético y sin entenderlo apenas.

No creo que haya método mejor que el montessoriano para sensibilizar a los niños en las bellezas del mundo y para despertarles la curiosidad por los secretos de la vida.

Años después, Zalamea publicó el testimonio de su aventura en Cuatro años a bordo de mí mismo, una novela que abrió horizontes insospechables en nuestra generación.

no muestre nunca a nadie el borrador de algo que esté escribiendo.

Barranquilla era entonces una adelantada del progreso civil, el liberalismo manso y la convivencia política. Factores decisivos de su crecimiento y su prosperidad fueron el término de más de un siglo de guerras civiles que asolaron el país desde la independencia de España, y más tarde el derrumbe de la zona bananera malherida por la represión feroz que se ensañó contra ella después de la huelga grande.

El vicio de leer lo que me cayera en las manos ocupaba mi tiempo libre y casi todo el de las clases.

El tedio de mis horas libres encontró remedio por una razón del corazón: el que no canta no puede imaginarse lo que es el placer de cantar.

No sé qué aprendí en realidad durante el cautiverio del Liceo Nacional, pero los cuatro años de convivencia bien avenida con todos me infundieron una visión unitaria de la nación, descubrí cuán diversos éramos y para qué servíamos, y aprendí para no olvidarlo nunca que en la suma de cada uno de nosotros estaba todo el país.

Aún hoy, con diecisiete libros publicados , los correctores de mis pruebas de imprenta me honran con la galantería de corregir mis horrores de ortografía como simples erratas.

Los internos costeños, con nuestro prestigio merecido de gritones y malcriados, teníamos la buena educación de bailar como artistas la música de moda y el buen gusto de enamorarnos a muerte.

La verdad sin adornos era que me faltaban ya la voluntad, la vocación, el orden, la plata y la ortografía para embarcarme en una carrera académica.

Sin embargo, la protección episcopal no lo puso a salvo de la dura prueba de la vida cotidiana en la cárcel, que en vez de pervertirlo enriqueció su carácter y su buen sentido del humor.

No hacía falta, además, porque siempre me interesó más el fenómeno social que la vida privada de las víctimas .

Yo había escrito: «Así como ustedes viven ahora, no sólo están en una situación insegura sino que constituyen un mal ejemplo para el pueblo». La transcripción del editor español me erizó la piel: «Así como vivís ahora, no sólo estáis en una situación insegura, sino que constituís un mal ejemplo para el pueblo».

—No hay en este mundo dos hombres más parecidos que él y tú —me dijo—. Y eso es lo peor para conversar.

Era otra vez la realidad histórica del siglo XIX, en el que no tuvimos paz sino treguas efímeras entre ocho guerras civiles generales y catorce locales, tres golpes de cuartel y por último la guerra de los Mil Días, que dejó unos ochenta mil muertos de ambos bandos en una población de cuatro millones escasos . Así de simple: era todo un programa común para retroceder cien años.

«Si la poesía no sirve para apresurarme la sangre, para abrirme de repente ventanas sobre lo misterioso, para ayudarme a descubrir el mundo, para acompañar a este desolado corazón en la soledad y en el amor, en la fiesta y en el desamor, ¿para qué me sirve la poesía?».

La práctica terminó por convencerme de que los adverbios de modo terminados en mente son un vicio empobrecedor. Así que empecé a castigarlos donde me salían al paso, y cada vez me convencía más de que aquella obsesión me obligaba a encontrar formas más ricas y expresivas.

Dictaba su clase sin mirar a nadie, con ese aire celestial de los miopes inteligentes que siempre parecen andar a través de los sueños ajenos.

El derecho lo entendía menos y me interesaba mucho menos que cualquiera de las materias del liceo, y ya me sentía bastante adulto como para tomar mis propias decisiones.

La noche se había vuelto diáfana y fresca bajo la luna llena, y el silencio parecía una sustancia invisible que podía respirarse como el aire.

En mi caso, además, estoy convencido de que contar la historia verdadera es de mala suerte. Me consuela, sin embargo, que alguna vez la historia oral podría ser mejor que la escrita , y sin saberlo estemos inventando un nuevo género que ya le hace falta a la literatura: la ficción de la ficción.

Siempre fue divertida y amable conmigo, pero tenía un talento de ilusionista para escabullirse de preguntas y respuestas y no dejarse concretar sobre nada.

Por desgracia , ni el ingenio, ni la resistencia, ni el amor fueron suficientes para derrotar la pobreza. Todo parecía a favor de ella.

De modo que la vida misma me enseñó que uno de los secretos más útiles para escribir es aprender a leer los jeroglíficos de la realidad sin tocar una puerta para preguntar nada.

Como muchas catástrofes grandes del país, el 9 de abril había trabajado más para el olvido que para la historia.

Algo puse yo que hoy no recuerdo, pero la historia me pareció divertida y con la dosis suficiente de locura para que pareciera nuestra.

Pero también, como todos los hombres, me equivoqué de tiempo y lugar.

Aún hoy sabemos que las grabadoras son muy útiles para recordar , pero no hay que descuidar nunca la cara del entrevistado, que puede decir mucho más que su voz, y a veces todo lo contrario. Tuve que conformarme con el método rutinario de las notas en cuadernos de escuela, pero gracias a eso creo no haber perdido una palabra ni un matiz de la conversación, y pude profundizar mejor a cada paso.

Al final de un intercambio atropellado, porque su autobús llegaba y el mío se iba, me dijo con un fervor que me dio en el alma: —Lo que no entiendo, don Gabriel, es por qué no me dijo nunca quién era usted. —Ay, mi querido Lácides —le contesté, más adolorido que él—, no podía decírselo porque todavía hoy ni yo mismo sé quién soy yo.

No pude eludir el frémito de que iba a perderla para siempre un jueves de julio a una hora tan temprana, y por un instante pensé en parar el taxi para despedirme, pero preferí no desafiar una vez más a un destino tan incierto y persistente como el mío.
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