Parábola
Mi madre quiere que yo sea feliz, quiere
que yo sea joven y alegre;
un hombre que no tema al paso de los años,
ni tema a la ternura y al candor
del niño que debiera ser
cuando voy de su mano y la oigo repetirme
–para que no lo olvide-- éstas y otras nociones.
Mi madre no quisiera avergonzarse de mí.
Mi madre quiere que no mienta, quiere
que sea libre y sencillo.
No quisiera verme sufrir,
porque el miedo y la duda
son males que padecen los adultos,
y ella quiere que yo sea su niño.
Cualquiera que nos viese
no la comprendería: en edad coincidimos
–no quiere que lo diga–,
aunque ella me dio vida
cuando tenía los años que tengo hoy.
Podríamos ser hermanos, ella un poco mayor.
Podríamos ser amigos: su memoria y la mía
corresponden a un tiempo en que ambos fuimos jóvenes.
(Yo era menor, pero recuerdo verla cantar feliz
entre sus hijos, compartir nuestra infancia).
Mi madre quiere verme luchar a toda hora
contra el dolor y el miedo.
Sufriría si supiera que a mi edad,
la de ella entonces cuando me dio a la vida,
yo soy su viejo padre y ella mi dulce niña.
Suite para Maruja
I
La primavera, dices, y escojo madreselvas,
geranios y begonias.
A casa vuelves con los pies mojados,
la falda llena de guisasos ásperos.
Verbenas sin olor en los cabellos
y, entre las manos, romerillo y malvas.
Dices, el aire, y cierro las ventanas,
busco el sillón más próximo a la esquina
donde libro y lámpara me esperan.
Y el aire es la mañana del sol, blanca,
la loca expedición de las hormigas,
pájaros y caguayos de astuta, fina lengua.
Tu canto por el patio saliendo del brocal,
los baldes y las piedras.
El sol, dices tranquila, y presuroso escalo
los templos más antiguos. Arenales recorro.
Duermo a la sombra ámbar de un dátil.
Y el sol es la ventana limpia donde te acodas,
sueltos la blusa y el cabello,
y es el camino al mar los viernes de la Pascua;
recoger gajos santos que ahuyenten los ciclones;
café que huele a cuaba ardiendo y sabe a madrugar
de plátanos, anones y ciruelas.
Son mis brazos ciñendo tu cintura
sin que lo sepa yo.
Y cuando dices es la noche, sueño
con países que anduve,
a los que vuelven mis pisadas
lentas y oscuras, para recobrarte.
Pero la noche no es lo que me pone
el corazón a repartirse en tiempos
que fueron míos. Pues la noche es tu voz
conversadora, tu voz que quiere ser
una palabra sola.