Casi todas las noches tocaban las sirenas. Barcelona era bombardeada. Mi madre nos vestía y bajábamos las escaleras, estábamos en el quinto piso. Una o dos veces nos llevó al metro, pero nunca a un refugio; nos dijo que un día presenció una bomba que cayó en la entrada de uno de ellos. Todo era muy difícil [...] Por fin, mi madre consiguió el pasaporte y pudimos subir al tren hacia Francia. En Cerbère fuimos acogidos con muchos otros por la Cruz Roja, que nos dio de comer. Recuerdo el sabor especial de la leche condensada y el baño que mi madre nos dio en la playa.