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Citations de Mario Levrero (22)


Flora par contre n'éveillait en moi aucune résonance stimulante: elle n'évoquait pas de forêt à la végétation luxuriante, mais plutôt une collection de fleurs séchées classées dans des enveloppes de cellophane par un homme de sciences routinier.
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Je l'ai invitée à entrer, attentif au piège du seuil. Effectivement, elle a trébuché contre le rebord inférieur de l'encadrement de la porte et elle est presque tombée dans mes bras. Cette embûche n'a pas été conçue par moi; je profite simplement d'une astuce imaginée par le propriétaire de l'appartement. Cette fois-ci, ça a raté de peu. La jeune femme a recouvré d'elle même l'équilibre et elle a souri pour enlever toute importance à l'incident. Mais il y a eu d'autres occasions où ça n'a pas raté, et je me suis consolé en pensant à la loi des compensations.
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Au cas où je n'aurais pas été clair, j'explique à nouveau aux jeunes : il n' y a rien de bon dans la télévision, dans les quotidiens, dans l'argent, dans la politique, dans la religion, dans le travail. Ce sont des choses qui toutes détruisent le corps et l'esprit. Il ne faut pas penser, ne serait-ce qu'un instant, qu'elles puissent servir comme instrument de libération : au contraire, elles créent de la dépendance, elles aliènent, elles détruisent et finalement elles tuent.
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Comme tous les vieux, j'ai la nostalgie d'un passé que je crois meilleur, et qui n'était cependant pas meilleur, mais différent.
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La plantita que me regaló Julia acaba de perder un tallo más. Primero cayó el más pequeño, y me produjo una impresión muy fuerte. No había nada que hiciera presumir que uno de esos tallos juveniles pudiera caer, así como así. Las hojas no habían perdido nada de su color ni de su firmeza. Llamé por teléfono a Julia y le dije que había sucedido una desgracia. Se alarmó, pero después, cuando se enteró de lo que se trataba, lo tomó con tranquilidad y me explicó que sí, que a esas plantas les pasa eso, sin que ella sepa la causa. A las que ella tiene les pasó lo mismo. Pregunté si no sería el momento de pasarla a una maceta con tierra, porque seguía alimentándose sólo de agua, y me dijo que sí, que seguramente. Ese mismo día la pasé a tierra, lo cual no fue sencillo. Tuve que limpiar una maceta que había en el balcón, expuesta a las palomas y a otras fuentes de mugre. Ya no tenía nada vivo adentro, salvo algunas hormigas pequeñas. Esa maceta había albergado a un yuyo horrible que una vez se me ocurrió plantar en Colonia; en realidad es muy lindo y gracioso de aspecto, pero en ciertas épocas del año, y tal vez demasiado a menudo, suelta un olor pestilente, como a carne podrida, o por lo menos abombada. Recordé el olor que traía en ciertas épocas del año el perro Pongo cuando regresaba de sus correrías por Colonia (¿qué será del perro Pongo?). Yo lo imaginaba revolcándose perversamente en la carne de animales muertos que encontraría por ahí, pero cuando descubrí las virtudes de este yuyo me di cuenta de que era mucho más razonable pensar que simplemente atravesaba espacios donde el yuyo abundaba. Claro que había algo perverso de todos modos, porque ese olor le gustaba, o de lo contrario no habría pasado por esos lugares. Y como certificando la rivalidad irreconciliable de perros y gatos, pude comprobar que la gata de mis vecinos odiaba este yuyo, y fue ella quien se ocupó de destrozarlo, durante semanas y meses, hasta que el pobre ya no hizo ningún esfuerzo más por sobrevivir. La maceta fue invadida por pastos que nadie regó y también se secaron. Pero es posible que gatos y perros no sean necesariamente tan opuestos en todo; quizá la gata lo destrozó por amor, porque le gustaba, y tal vez lo cortaba para comerlo. Lamento no haber prestado mayor atención a los hechos en su momento; ahora no tengo la menor chance de averiguar cuánta verdad hay en estas disquisiciones.
Alguien se preguntará por qué conservé ese yuyo durante tantos años y por qué lo tuve siempre conmigo mientras vivió. La respuesta es que yo nunca me ocupé personalmente de las mudanzas de domicilio, de las que hubo unas cuantas, y que los encargados de la mudanza fatalmente trasladaban esa maceta con ese yuyo adonde nos mudáramos; y cuando finalmente me vine a vivir solo, la persona que preparó la mudanza consideró que ese yuyo me pertenecía y me lo envió, junto a otras macetas con otras plantas que alguna vez yo había criado, aunque ahora no quería tener plantas, porque aquí, en este apartamento, no hay un lugar apropiado para ellas, y no me gusta verlas sufrir. Las hice colocar en el lugar donde pensé que menos podrían sufrir, o sea en el balcón, en el balcón del living-comedor, y allí recibieron sol y lluvia y vientos y fríos y todo lo demás, sin que nadie se preocupara por ellas. Tal vez fui cruel, pero la verdad es que apenas podía ocuparme de mí mismo, y hasta por ahí nomás. Hasta por ahí nomás.
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Un perro, Campeón. Vivía solo con él y llegó a incomodarme. Lo llevé al bosque, lo dejé atado con una piola que pudiera romper con un poco de perseverancia y volví a casa.
En un par de días lo tuve rascando la puerta; lo dejé entrar.
Se me hizo intolerable; lo llevé a un bosque más lejano y lo até a un árbol con una piola más gruesa (sabía que el defecto no estaba en la piola sino en la fidelidad del animal; quizás tenía la secreta esperanza que esta vez no pudiera liberarse y muriera de hambre).
Volvió algunos días después.
Entonces supe que el perro volvería siempre. No me atrevía a matarlo por temor a los remordimientos; y pensé que aunque lograra efectivamente perderlo, en un bosque más lejano aún, viviría con el temor constante de su regreso; atormentaría mis noches y enturbiaría mis alegrías; me ataría más su ausencia que su presencia.
Entonces dudé apenas un instante ante la majestad del bosque compacto que se alzaba ante mis ojos –umbrío, imponente, desconocido–; resueltamente, comencé a internarme, y seguí internándome hasta que, finalmente, me perdí.
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Antes de acostarme hice la diaria recorrida por la casa,para controlar que todo estuviera en orden; la ventana del baño chico, al fondo, estaba abierta –para que durante la noche se secara la camisa de poliéster que me pondría al día siguiente-; cerré la puerta (para evitar corrientes de aire); en la cocina, la canilla de la pileta goteaba y la apreté, la ventana estaba abierta y la dejé así –cerrando la persiana-; la lata de la basura ya había sido sacada fuera, las tres llaves de la cocina eléctrica estaban en cero, la perilla de control de la heladera marcaba 3 (refrigeración suave) y la botella empezada de agua mineral tenía puesto el tapón hermético, de plástico; en el comedor, el gran reloj tenía cuerda para algunos días más y la mesa había sido levantada; en la biblioteca debí apagar el amplificador, que alguien había dejado encendido, pero el tocadiscos se había apagado en forma automática; el cenicero del sillón había sido vaciado; la máquina de pensar en Gladys estaba enchufada y producía el suave ronroneo habitual; la ventanita alta que da al pozo de aire estaba abierta, y el humo de los cigarrillos del día se escapaba, lentamente, por ella; cerré la puerta; en el living hallé una colilla en el suelo; la deposité en el cenicero de pie, que la sirvienta se ocupa de vaciar por las mañanas; en mi dormitorio le di cuerda al despertador, comprobando que la hora que indicaba coincidía con la del reloj pulsera en mi muñeca, y lo puse para que sonara media hora más tarde a la mañana siguiente (porque había decidido suprimir el baño; me sentía un poco resfriado); me acosté y apagué la luz.
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En été, mon esprit se défait, et je passe tout mon temps à fuir mon corps. A cause de la chaleur, mais il y a plus que la chaleur ; il a dans les étés je ne sais quoi de mortifère, qui me désespère, me déprime, me vrille les nerfs, tout le temps, un par un.
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Lorsque nous arrivons à un certain âge, nous cessons d’être le protagoniste de nos actions : tout s’est transformé en pures conséquences d’actions antérieures. Ce que nous avons semé a subrepticement poussé et, soudain, explose en une sorte de jungle qui nous cerne de toutes parts, et les jours se passent uniquement à nous frayer un passage à coups de machette, dans le seul but de ne pas être étouffé par la jungle ; [...]
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Et bien : justement parce que c'est un travail inutile, je dois le faire. J'en ai assez de courir après l'utilité ; cela fait trop de temps déjà que je vis séparé de ma propre spiritualité, piégé par les urgences du monde, et il n'y a que ce qui est inutile, désintéressé, qui peut me donner la liberté indispensable à mes retrouvailles avec ce que je pense honnêtement être l'essence de la vie, son sens final, sa première et dernière raison d'être.
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Quand l'ignorance est aussi grande que la mienne, on ne devrait pas tirer de conclusions de phénomènes qu'on observe.
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Le rut du chien, au contraire de ce qui semble arriver chez les êtres humains, aiguise son intelligence.
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Si j’écris, c’est pour réveiller l’âme endormie, secouer la cervelle et découvrir ses chemins secrets ; la plupart de mes narrations sont des fragments de la mémoire de l’âme, et non des inventions.
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En fait, toute croyance est fausse, c’est-à-dire non cohérente avec la réalité des faits, en tant qu’elle est limitative, pauvre, incapable de saisir toute la riche variété et dimensionnalité de l’Univers ; mais justement, parce qu’elle est limitative et tant qu’elle ne sera pas d’un délire échevelé – et parfois malgré cela –, la croyance produit un effet extrêmement efficace, concentré, dans toute action. De sorte que, pour triompher dans la vie, il est nécessaire de croire en quelque chose, autrement dit être par définition dans l’erreur.
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(J’ai lu aujourd’hui une phrase de Rilke, qui est phénoménale ; elle dit quelque chose comme ça : « La réalité est une chose lointaine qui s’approche avec une lenteur infinie de celui qui est patient. »)
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C'était un rêve tourmenté et chargé de significations occultes.
Quand le téléphone a sonné, le son s'est introduit un instant dans mon rêve, modifiant les images et faussant le sens de son histoire. Plus moyen de m'en souvenir. La sonnerie a fini par déchirer le voile du rêve et me ramener à ce qu'on appelle "la réalité". J'ai réagi machinalement, je me suis levé et j'ai franchi l'espace qui me sépare du téléphone - installée dans le vestibule par un autre que moi - , déplaçant maladroitement les jambes et marmonnant des jurons. Si mon rêve n'avait pas été si profond ni si captivant, j'aurais pu entendre la sonnerie du téléphone sans y prêter attention et savourer l'idée qu'on avait échoué dans le projet de me déranger.

Page 11
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de toute façon ce sera un roman, que je le veuille ou non, car un roman, de nos jours, c’est presque n’importe quoi qu’on fourre entre une première et une quatrième de couverture
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On parlerait du roman. Et peut-être que ça ne me ferait pas de mal de jeter un bref coup d’œil à ses sous-vêtements noirs. Le fouet, non ; ces choses là ne me plaisent pas, et ce serait dangereux de pousser Juana dans cette direction. Elle avait probablement une quantité d'aspects pervers, et je risquais de me trouver pris dans un enchaînement successif d'accessoires, d'appareils électroniques, de phoques dressés, de nains gymnastes et de joueurs de cornemuse écossais pour réussir à avoir une érection. Non, monsieur. Les choses à l'endroit, comme elles doivent l'être.
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- Je ne crois pas que je reconnais cette écriture, Monsieur, et je ne connais pas de Juan Perez. Mais ça ne me semble pas être une écriture masculine, ajouta-t-elle, provocant en moi un frisson. Je restai à la regarder, les yeux écarquillés et fixes.
- Attendez un peu, s'il vous plait, lui demandai-je, j'ai d'autres exemples ici.
Je tirai de l'enveloppe la copie du manuscrit. Je remarquai pour la première fois cette écriture ravissante, arrondie, avec des points dessinés comme des petits ronds au dessus des i, tandis que le ciel me tombait sur la tête. Juan Perez était homosexuel.
- C'est une écriture de femme, dit-elle d'un ton de voix aussi assuré que si elle était experte en calligraphie, ou graphologie, ou n'importe quel idiot qui aurait fait ce que moi je n'avais pas fait : regarder attentivement cette photocopie.
- De femme, dis-je, un coin de la bouche tordue en une moue dubitative, ou alors, un homme extrêmement délicat... disons... un homme...
- Non, monsieur, elle rejeta mon assertion d'un ton catégorique, frappant le dessus du guichet de son petit poing sec. C'est une écriture de femme.
Et elle avait raison. Juan Perez ne pouvait être homosexuel ; pas avec ce style vigoureux, simple, direct.
Mais alors ça ne pouvait pas non plus être une femme. A moins que... Oui. Je savais. Juan Perez, comme presque toutes les grandes écrivaines, était une lesbienne.
Je la vis, je la vis devant mes yeux, semblable à cette fonctionnaire, peut-être un peu plus grande, avec une voix plus grave et un soupçon de moustache sur la lèvre supérieure, les cheveux serrés en chignon ou alors coupés très court... Je la vis qui portait un costume de coupe masculine...
Juana Perez, dis-je d'un ton brusque. Vous connaissez quelqu'un qui s'appelle Juana Perez ?
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Traduction libre: La volonté a besoin d'obstacles pour exercer sa force ; Lorsqu'elle n'est jamais entravée, lorsqu'aucun effort n'est nécessaire pour réaliser ses désirs, parce qu'on a dirigé ses désirs uniquement vers les choses qui peuvent être obtenues en tendant simplement la main, la volonté devient impuissante. Si l’on marche continuellement sur une surface plane, les muscles nécessaires pour gravir une montagne s’atrophieront.
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