En el cerebro de Galita continuaban las fiestas con terribles aditamentos: el fragor de las calles, el bullicio de los salones, el remolino de las hermosas, la abigarrada corte de galanes. Pepa, en brazos de uno, gallardo en sumo grado, suspendía el baile para señalar á Martín con el abanico, para estallar en vilipendiosa carcajada, para decir "¡gasss!" y tirarle una escupa en la cara. Y como Martín tenía el don de la ubicuidad, se encontraba á la vez en la plaza: allá, tras los palcos, á manera de medioeval torneo, al plañir de las campanas que tocaban á muerto, ejecutaba la maestranza sus graciosas evoluciones, sus caracoles simétricos, sus valientes alcancías. Entre la brillante caballería, en medio de los penachos encumbrados, de los recamos de oro y plata, de la pompa de tan gentiles disfrazados, Martín, caballero en el Retinto, pero en el retinto flojo, orejicaído y menoscabado, exhibía el roquete blanco y el bonetico de los seminaristas, montando con la hombría bien y el aire temeroso de cura gordo que va de confesión. Sobre el futuro tonsurado llovían piedras alzadas entre atronadora rechifla, al mismo tiempo unos sacerdotes y todo el seminario en comunidad hacían en el atrio de la catedral la posa de un entierro, cuyo difunto no era otro que Martín. Muerto y todo le llegaba hasta las entrañas aquel De profundis, largo, coreado, lleno de horror. Con más dolores que los producidos por la lapidación, sentía sobre su cadáver los goterones de agua bendita que Pepa, en furibundas aspersiones, le echaba á una con los apedreadores del seminarista vivo.
Del techo de tablas pende, á manera de araña ubérrimo racimo de plátanos […] Ostentan las tablas más altas conos de azúcar con tosca envoltura de guasca […], y un estupendo acopio de comestibles; el pan y el bizcocho morenos, donde las moscas hacen de las suyas; una balumba de arepas con sus parches requemados; columnas de pandequeso y roscas; pilastras de panelas de coco y de cidra, y de guayaba, y de leche, formados en batallón […]. Sacos de lienzo henchidos de almidón, sagú y anís alternan enfilados con jíqueras preñadas de corozos, de colaciones, de cebada, de linaza. Cucuruchos de especias, hacecillos de tabacos se apilan por los rincones […]. Por el suelo campan los costales de maíz, y de fríjol y de papas, y de arroz, llevando en sus abiertas bocas el almud ó la pucha, el cuartillo ó la raya. Una mesa tendida con mantelillo, tomado de «mal de tierras», convida con sus empanadas y chorizos, con sus platos de conserva de brevas ó de papaya, donde resalta la gorda tajada de quesito, -ración para jornalero, que vale un medio.
Ajos y cebollas
Desde que se inventaron las excusas no comen quesito los ratones
El comer y el rascar no tienen sino empezar
¡Ese güevo [sic] quiere sal!
Gatus nun comen churizo purque nun dare
Maíz maíz
No todo el monte ha de ser orégano
¡No fregamos pa siete arepas!
¡Valiente canela!