Elle regarde attentivement le chemin et ne réagit pas. il recommence alors à parler et encore une fois, il soliloque. Il a déjà oublié l'épisode de Brahms.
- Les femmes pensent à leurs émotions et, ce qui est pire, en discutent insatiablement. Nous, nous ne le faisons pas. Le savais-tu?
- Vous perdez quelque chose.
- Les hommes n'ont pas d'amis. Ils n'ont que des concurrents.
- Vraiment? Parfois vous me faites honte.. sincèrement murmura Floreana.
- Moi aussi. Je crois que les hommes ont de sérieux problèmes.
Necesitaba del silencio como otros del alcohol. A veces parecía un niño abandonado. Le gustaba mi risa. Nunca me tocaba. ¡Tanto anhelo mío, mamacita! Hasta que un día me anunció que debía ausentarse. A la capital. Me vas a hacer falta, dijo. Y al desperdirse, asegurando que volvía, agregó: me haces muy feliz. Fueron treinta días y más en los que me repetí esa frase esas sílabas, enlazadas entre ellas por tanta saliva. Me haces muy feliz. Cuatro palabras. Quince letras. La inmensidad.
Volvío sin aviso. Entró en el comedor una noche y unidos lo abandonamos, acoplados los cuerpos, bien empalmados. Marcándolos de amor. Dormimos en su casita de campo al lado de la carretera. La alegría, ululando como una sirena, arrasaba con nosotros. A partir de entonces, como a los volantines su cola, a cada amor le colgaba su noche. No supe de levantadas cuando el sudor aún no se enfría. Tendidos en la cama, nos contábamos historias. Como a las amigas que aún no tenía. Lo llamaba mi príncipe.
Descubrí que usar las palabras era como coser a ciegas, por eso me enamoré de ellas y ellas de mí. Hilos con sonido.
Llegó una noche a cenar. Traía un libro en la mano. Se sentó a una de mis mesas. Leyó durante toda la hora de la comida. Buen mozo como un actor de películas, se notaba desde lejos que era un señorito de la ciudad. Me miraba entre página y página. Me miraba, sí, pero mudo. Sólo ordenar y pedir la cuenta y mi vista fija en esos ojos preciosamente verdes. Esperaba cada noche y a veces llegaba. Al cabo de unas semanas le hablé yo. Le pedí un libro prestado. Le conté que nunca había leído uno entero. Me trajo unos relatos. Luego otro y otro más. Diluvios eternos, generales fracasados, casas tomadas, crímenes en la selva. Cualquier duda se la preguntaba. Cuando olvidaba detalles me decía que no tenía ninguna importancia. Que era la sensación lo que permanecía. La lectura era un cúmulo de sensaciones, entendí yo. La vida se me dividió en dos. Las horas diurnas: el restaurante, la prima de mi mamá, los recuerdos del campo. Y las horas de la noche, las de los cuentos. Otros hombres y mujeres, otros países, otras muertes. Sin moverme de la cama. Inofensiva, entregada, protegida, volaba hacia la aventura. Hacia el riesgo y la intemperie. Como un regalo, un suplemento. Cuando se lo dije, me pasó una novela. Ese día caminó a casa conmigo.
Me falta el aliento vital, mujer, y sólo tú me lo procuras. No lo olvides. Aquí no hay nadie más que tú. Entonces los sonidos del amanecer volvieron a ser únicos. Y me dijo, despacito: deja que sólo el canto del gallo rompa esta cualidad difusa; si ni los pájaros desean la estridencia, menos debieras desearla tú.
¿Qué tipo de personna es?
Un intelectual. Con educación universitaria, bien formado.
¡Qué extraño! ¿Cómo llegó entonces a guerrillero?
Elvira rió.
Yo diría que es más bien típico. Ya sabes, a más grados en filosofía, más balas. Acuérdate del Che y sus amigos.
Todas las tardes, camino a casa, pensaba en una cosa: la educación. Aquélla era la gruesa línea que dividía al mundo, que determinaba nuestro pasado y el porvenir.
(...), los países pobres somos además corruptibles y la corrupción es la enemiga mortal del desarrollo.
En las mañanas hacíamos terapia en grupos de diez. Consistía en sentarse con una enfermera a coser las sábanas del hospital. Terapia porque nos mantenía ocupadas y porque nos daban un té a media mañana. Trabajo forzado, dije yo.
Pero ninguna me escuchó. Se podía decir cualquier cosa, nadie contestaba. Una vida de puros monólogos. Al principio yo callaba, segura de que su una habla es para ser escuchada. A poco, empecé a copiarlas. No estaba mal, se podían decir cosas que ni sospechaba haberlas pensado, y resultaba un alivio. En ese sentido, era una prisión llena de libertades.
De entonces tanta lectura. Conoció el mundo por la ventana.