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167 pages
Novela (01/01/2009)
5/5   2 notes
Résumé :
La leyenda cuenta que la Llorona es la madre que deambula por los caminos llamando a los hijos que ha asesinado. Conocemos a la protagonista de esta novela por su llanto invisible, el de una madre que ha perdido a su hija a los pocos días de nacer, ¿En qué la convierte el destino: en asesina o en salvadora? ¿Qué ocurrió realmente en ese hospital con su pequeña? Unida a otras mujeres en su misma situación buscará las respuestas, conseguirá alzar su voz y rebelarse co... >Voir plus
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Critiques, Analyses et Avis (1) Ajouter une critique
Desde el inicio de la lectura de este libro, me refiere a dos películas, una peruana y otra guatemaltéca. "Ixcanul" del guatelmatéco Jayro Bustamante y "La Teta Asustada" de la peruana Claudia Llosa (2009). Dos películas que tratan sobre el tema duro de la maternidad, en particular sobre el robo de bebes de família pobre para vender a família rica o por la venta de sus órganismos. Este era un fénomeno social de los años 70. Este tema es muy sensible y terrible para los padres.
Marcela Serrano logró tratar sobre este tema de manera bastante poética y con el apoyo de diálogo entre el personaje principal y el lector. El personaje que es el narrador de esta novela habla directamente al lector a través de preguntas. Así la narración permite que el lector participa en la escritura y las acciones de la protagonista.
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Citations et extraits (10) Voir plus Ajouter une citation
Llegó una noche a cenar. Traía un libro en la mano. Se sentó a una de mis mesas. Leyó durante toda la hora de la comida. Buen mozo como un actor de películas, se notaba desde lejos que era un señorito de la ciudad. Me miraba entre página y página. Me miraba, sí, pero mudo. Sólo ordenar y pedir la cuenta y mi vista fija en esos ojos preciosamente verdes. Esperaba cada noche y a veces llegaba. Al cabo de unas semanas le hablé yo. Le pedí un libro prestado. Le conté que nunca había leído uno entero. Me trajo unos relatos. Luego otro y otro más. Diluvios eternos, generales fracasados, casas tomadas, crímenes en la selva. Cualquier duda se la preguntaba. Cuando olvidaba detalles me decía que no tenía ninguna importancia. Que era la sensación lo que permanecía. La lectura era un cúmulo de sensaciones, entendí yo. La vida se me dividió en dos. Las horas diurnas: el restaurante, la prima de mi mamá, los recuerdos del campo. Y las horas de la noche, las de los cuentos. Otros hombres y mujeres, otros países, otras muertes. Sin moverme de la cama. Inofensiva, entregada, protegida, volaba hacia la aventura. Hacia el riesgo y la intemperie. Como un regalo, un suplemento. Cuando se lo dije, me pasó una novela. Ese día caminó a casa conmigo.
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Necesitaba del silencio como otros del alcohol. A veces parecía un niño abandonado. Le gustaba mi risa. Nunca me tocaba. ¡Tanto anhelo mío, mamacita! Hasta que un día me anunció que debía ausentarse. A la capital. Me vas a hacer falta, dijo. Y al desperdirse, asegurando que volvía, agregó: me haces muy feliz. Fueron treinta días y más en los que me repetí esa frase esas sílabas, enlazadas entre ellas por tanta saliva. Me haces muy feliz. Cuatro palabras. Quince letras. La inmensidad.
Volvío sin aviso. Entró en el comedor una noche y unidos lo abandonamos, acoplados los cuerpos, bien empalmados. Marcándolos de amor. Dormimos en su casita de campo al lado de la carretera. La alegría, ululando como una sirena, arrasaba con nosotros. A partir de entonces, como a los volantines su cola, a cada amor le colgaba su noche. No supe de levantadas cuando el sudor aún no se enfría. Tendidos en la cama, nos contábamos historias. Como a las amigas que aún no tenía. Lo llamaba mi príncipe.
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En las mañanas hacíamos terapia en grupos de diez. Consistía en sentarse con una enfermera a coser las sábanas del hospital. Terapia porque nos mantenía ocupadas y porque nos daban un té a media mañana. Trabajo forzado, dije yo.
Pero ninguna me escuchó. Se podía decir cualquier cosa, nadie contestaba. Una vida de puros monólogos. Al principio yo callaba, segura de que su una habla es para ser escuchada. A poco, empecé a copiarlas. No estaba mal, se podían decir cosas que ni sospechaba haberlas pensado, y resultaba un alivio. En ese sentido, era una prisión llena de libertades.
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Me falta el aliento vital, mujer, y sólo tú me lo procuras. No lo olvides. Aquí no hay nadie más que tú. Entonces los sonidos del amanecer volvieron a ser únicos. Y me dijo, despacito: deja que sólo el canto del gallo rompa esta cualidad difusa; si ni los pájaros desean la estridencia, menos debieras desearla tú.
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¿Qué tipo de personna es?
Un intelectual. Con educación universitaria, bien formado.
¡Qué extraño! ¿Cómo llegó entonces a guerrillero?
Elvira rió.
Yo diría que es más bien típico. Ya sabes, a más grados en filosofía, más balas. Acuérdate del Che y sus amigos.
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