CRUELES
Una mujer deja cebos envenenados en los árboles inmediatos a su casa, para que los gatos que de noche la despiertan con sus maullidos de amor y las gatas servidas no la mortifiquen con sus gritos de goce gatuno y le recuerden, de madrugada, su propia falta de placer.
Minuciosa, vierte leche con estricnina en pequeños platos, deja bolitas de avena con oxalato de calcio, albóndigas con un carozo negro dentro, con un carozo donde está la muerte pura y pequeña, llena de frío absoluto. Los gatos comen y beben, y al otro día los cadáveres aparecen en los jardines. Son cadáveres aéreos, voladores, puesto que muchos de ellos murieron en el momento del salto, o en el salto mucho mayor del apareamiento, de la cópula. Muchos, atontados por el trago de veneno, se levantan de su primera muerte e inician la cuenta regresiva: la muerte les acarició los lomos, pero las otras vidas se les despiertan dentro dejándoles otra posibilidad de vagabundeo, de maullido y amor que contrariará la Perfidia de Umbría.
MUJERES
Algunas mujeres se consuelan con dedos que arrancan de las estatuas.
Un lago tibio les crece entre las piernas y en el fondo del lago colean pececillos y se escurre en lo profundo su rojez partida en dos. El pulpo, como una estrella blanda sumergida, recibe al anular y provoca una estampida de puntas de peces y arenas del temblor que desmoronan.
Las mujeres acaban exhaustas y en los lúbricos dedos de mármol, brillantes de humedad del lago, se entibian y boquean, hasta morir, algunos pececillos adheridos.