Huele a caña de azúcar. Sobre el verde
oleaje de los cañaverales
hay un temblor de sol, un rizamiento,
una vibración impalpable
que tuesta el estuche pajizo
de los erectos frutos.
El almagre
de la tierra, reseco por la falta
de lluvia, muestra huellas imborrables
de ruedas de carretas, de pesuñas bovinas,
que son pozos de sangre…
El aire quema. Apenas se produce
sombra en la tierra de los árboles
que refrescan las rojas guardarrayas
y frutecen en oro: naranjales;
o en púrpura dulcísima: caimitos
de corazón violeta: episcopales
universos de fragmentaria pulpa.
Hay vago olor de caña de azúcar en el aire,
y los bueyes descansan en las sabanas rubias,
con esa placidez que los substrae
de toda tentación. Sobre los bueyes,
meditativos y poligonales,
saltan totíes —cuervos con espíritu—
tan negros como el NO que a la esperanza
suele darle la vida. Los maizales
pierden sus áureos granos bajo el pico
de los alegres pájaros. El aire
es un cristal azul que transparenta
toda la gama verde de los árboles;
y sobre toda la esmeralda inmensa,
atlántica de los cañaverales,
el sol es un cristal que se acrisola,
y el viento es un cristal que va de viaje…!
El fruto espera que los fríos
el dulce jugo cuajen.
Pero si el güin en cada caña eleva
su gris penacho al aire,
como una larga pluma de guinea
que resiste del viento los embates,
—¡año de ruina…! predirá el guajiro,
desde la sombra de sus verdes árboles…
Nada queda que hacer al campesino
sino esperar. Revisa los mecates
que han de servir a la carreta
para el tiro de caña. Los arados
duermen, hoscos de tierra, en los lugares
de siempre. Una impaciencia de gallinas
adivina la aurora en los corrales;
la piedra de afilar dice a la mocha
su metálica hambre;
el colgante farol cambia de aceite;
los yugos y frontiles se rehacen;
y mientras el ingenio que, cercano,
alza su dura torre dominante,
hace correr por las colonias
la estratégica orden de ataque,
el campesino sueña con una zafra pródiga,
y hay fuerte olor de caña de azúcar en el aire…
- MEDIODIA EN EL CAMPO
El ingenio anuncia cambio de faena
con un prolongado toque de sirena.
Y a través de sombras fantásticas brilla
como gigantesca lámpara amarilla,
soplando cautivos vapores rugientes
hacia los irónicos astros esplendentes.
Por las guardarrayas y las serventías
forman las carretas largas teorías...
Vadean arroyos... cruzan las montañas
llevando la suerte de Cuba en las cañas...
Van hacia el coloso de hierro cercano:
van hacia el ingenio norteamericano,
y como quejándose cuando a él se avecinan,
cargadas, pesadas, repletas,
¡con cuántas cubanas razones rechinan
las viejas carretas...!
Vedlos : son los colosos, los gigantes, los dueños...
No son obra gloriosa de ideales empeños,
sino la cristalización del latifundio...
Tienen la actualidad máxima de un gerundio
y la determinante pesadez de un adverbio.
Predispone en su contra el talante soberbio
de sus bateyes dándonos el patrio desengaño
de ver en nuestro pueblo nacer un pueblo extraño,
tras el dolor glorioso de las luchas epónimas.