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Editorial Blundi (01/01/1963)
3/5   3 notes
Résumé :
Soledad :
Soledad (1894) desarrolla dos conflictos simultáneamente: el del amor-pasión entre la protagonista y Pablo Luna ("crecimiento inexorable del amor", dice Omar Prego Gadea); el de un odio, también inexorable, entre Pablo Luna y don Brígido Montiel, el estanciero y padre de Soledad.

El Combate de la Tapera :
Relato breve con tintes de poema épico, El combate de la tapera empieza mostrando un destacamento mixto que se ha apartado ... >Voir plus
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Critiques, Analyses et Avis (1) Ajouter une critique
Dans ce court roman, qu'on peut inclure dans le cycle narratif de sa tétralogie épique, la figure du gaucho est assimilée à celle d'un troubadour moderne. L'auteur aspire à forger les bases identitaires de la conscience historique de son pays en s'appuyant sur un récit réaliste empreint d'une sensibilité à la Walter Scott, évoquant les conflits et guerres civiles fondateurs qui marqueront toute la vie politique de l'Uruguay.
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Citations et extraits (2) Ajouter une citation
Al recibir el golpe, Luna sintió subírsele la sangre como un aluvión á la cabeza; y salido de su aturdimiento, tentado estuvo de desnudar la daga.
Lo desarmó, sin embargo, el hecho de ver alejarse á Montiel, á quien su hija había cogido del brazo y arrastraba hacia las casas, en medio de una brega de interjecciones, amenazas y crudos reproches.
Pablo se echó de brazos sobre el cuello de su caballo, ahogándose en sollozos. Apenas podía tenerse de pie. El manso alazán se movía de atrás para adelante, tascando el freno, y luego de costado describiendo semicírculos, como si ofreciese el lomo á su amo que parecía estrecharlo en medio de su congoja, como á su único amigo.
Al fin montó y fuese por la orilla del monte.
Junto al barranco de la Bruja se paró de golpe y extendió hacia él las dos manos con ademán tétrico y extraño.
Sin balbucear palabra, siguió su camino casi errante entre las sombras, á solas con sus instintos en el matorral abrupto, sin luz clara en el cerebro, amargada por el hondo agravio su pasajera alegría, absorto en su dolor.
Era el camino seguido el mismo que en otro tiempo emprendió con el cadáver de la bruja á cuestas; de aquella bruja que él parecía tener motivos para amar hasta más allá de la tumba.
Anduvo largo trecho. Entró al potril oscuro.
Se apeó de pronto, arregló el recado con mano convulsiva, y rompió á llorar. Después alzó crispado el puño, conjuró á grandes voces la sombra de la bruja, y tirándose al suelo boca abajo se mantuvo en esa posición un gran rato, cual si buscase esconder su semblante debajo de tierra.
Entre sus gemidos lúgubres pronunciaba la palabra mama, con una especie de unción casi religiosa. El cadáver apretado entre leños parecía constituir su embeleso, pues atraía con frecuencia sus miradas.
Disvariaba con el «daño»; con los pájaros negros que había visto en el lomo de un animal enfermo; con el ñacurutú que servía de imaginaria al féretro colgante.
En ese estado, sus miembros se estremecían, hundía el rostro en el suelo, hacían trémulos sus espuelas.
Conciliado el sueño, á las dos horas se despertó sobresaltado con los ojos extraviados y la cabellera revuelta. Miraba á todos lados con cierto azoramiento. Dio algunos pasos temblando, con las manos extendidas. Sin duda en sueños, por su imaginación ofuscada cruzó un fantasma sangriento enseñando anchas heridas á través de sus harapos; fantasma que huía perseguido por una banda de perros famélicos, veloces monstruos de erizados pelos y agudos colmillos.
Pasándose una mano por los ojos sacó á medias la daga de la vaina, observó á una y otra parte con aire de sonámbulo y volviendo al fin á su ser, se quedó taciturno.
El cuerpo de la bruja reposaba entre los árboles circuido de hojarascas y enredaderas: junto á él inmóvil, el búho mantenía fijos sus ojos como dos grandes tucos en el gaucho de salado.
Se volvió á arrojar al suelo, y se quedó de nuevo quieto largos instantes.
El alazán daba vueltas sujeto por el cabestro del brazo de su amo, y de vez en cuando bajaba y sacudía la cabeza resoplando.
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Era después del desastre del Catalán, más de setenta años hace. Un tenue resplandor en el horizonte quedaba apenas de la luz del día. La marcha había sido dura, sin descanso. Por las nances de los caballos sudorosos escapaban haces de vapores, y se hundían y dilataban alternativamente sus ijares como si fuera poco todo el aire para calmar el ansia de los pulmones. Algunos de estos genüfasos brutos presentaban heridas anchas en los cuellos y pechos, que eran desgarraduras hechas por la lanza o el sable. En los colgajos de piel había salpicado el lodo de los arroyos y pantanos, estancando la sangre...
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