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EAN : 9788437621227
416 pages
Catedra (23/01/2004)
3.75/5   4 notes
Résumé :
Demetrio Aguilera-Malta (Guayaquil, 1909 - Mexico D.F., 1981) conoció de cerca en su infancia la naturaleza circundante, las costumbres, creencias y usos lingüísticos locales de la provincia guayense donde se crió. En su juventud se forjó su conciencia social, y junto a su amor por los libros destacó un joven de alta sensibilidad artística interesado en las artes plásticas. Poeta, cuentista, articulista, dramaturgo, novelista, fue profesor en diversas universidades ... >Voir plus
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Critiques, Analyses et Avis (1) Ajouter une critique
Sorte de saga merveilleuse abolissant les frontières entre l'homme, la faune et la flore qui tous trois fraternisent et s'entremêlent (l'animal symbolisant les pulsions humaines), cette oeuvre de Demetrio Aguilera Malta s'inscrit dans un réalisme magique omniprésent pour mieux évoquer une critique sociale et politique sous-jacente : oligarchie, colonialisme, humiliation des humbles, domination économique. La nature apparaît comme un élément structurel de la conscience, partie prenante dans une lutte entre le bien et le mal. le tout se déroule dans la province dont l'auteur est originaire (Guayaquil).
Lien : https://tandisquemoiquatrenu..
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Citations et extraits (4) Ajouter une citation
Lo que observaron era portentoso. Una especie de fiebre colectiva estaba sacudiendo a ese mundo animal-vegetal. Todos trabajaban. Los árboles caían, talados por los hombres. Éstos, quitaban las ramazones. Cortaban las más gruesas. Las que podían servir para estacas o travesaños. En seguida los monos se trepaban a los troncos, tratando de limpiarlos. Los despojaban de hojas, flores, frutos o enredaderas. A veces ellos mismos transportaban los trozos de madera hacia donde se unían los cerros. Otras ocasiones, no lo hacían. Habían aparecido, venidos quien sabe de dónde, centenares de murciélagos. Eran éstos quienes cumplían el encargo. Volaban torpemente en múltiples de siete. Se hacinaban debajo de los troncos. Y alzaban otra vez el vuelo. Los troncos se elevaban entonces, como si tuvieran alas. No sólo eran los monos y los murciélagos. También otras especies zoológicas prestaban sus servicios. Como en todas las horas cruciales, parecían olvidar sus cotidianas diferencias. En un pacto implícito, no se devoraban los unos a los otros. Cuando chocaban entre sí, por acaso, se apartaban con prudencia. Sin responder a sus instintos naturales de agresión. Continuaban usando sus propios lenguajes. Desde los mamíferos hasta los reptiles. Sin embargo se diría que un sincronismo dinámico unificaba esas expresiones en un idioma único, exclusivo, integrado en la voz de la selva.
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De improviso, se levantó la arena de la orilla. Empezó a girar con avidez vertiginosa. La arena de la orilla. En medio de ellos. Arropándolos. Envolviéndolos. En ola ascendiente de tirabuzón de dientes, ojos cabellos, torsos, manos, pies... Poco a poco, se fue integrando, en primer plano, la figura de una víbora tricéfala. La cabeza del centro correspondía a Rugel Banchaca. Las dos de al lado a los dos Rurales. Atrás del ofidio de aspecto tridente, daban vueltas cinco cabezas de caimán unidas por el tronco. Cinco cabezas de caimán con dos patas; cinco cabezas de caimán que andaban como un carrousel, girando sobre el eje de su unión. Cinco cabezas de caimán horrible estrella viva de cinco puntas. Cinco cabezas de caimán que eran las cinco cabezas humanas: Gaudencio, Chalena, Rufo, Caldera, Carranza. Injerto de sus rasgos fisonómicos en los rasgos característicos del saurio. Pentacéfalo caimán acercándose. Detrás de la víbora tricéfala. Al llegar al pie de la casa del Cura, volvieron a metamorfosearse. Recobraron su apariencia antromórfica. Saludaron a Cándido respetuosamente pero con sequedad.
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La primera de esas siete noches -tirada en su petate, bajo el toldo- advirtió la llegada de dos Tin-Tines. (El oficio de los Tin-Tines es preñar a las mujeres). Con sus cabezas enormes -¿nidos de pájaros, acaso?-. Con sus ojos menudos semillas de papaya. Sus labios abiertos ventosa ambulante. Su cuerpo encogido. Sus brazos y piernas fornidos. Dos Tin-Tines. Hechos sólo de nervios, músculos y sexo. Sexo. Dos Tin-Tines. Siempre en cueros. Sexo tronco de cabo-de-hacha. Mástil vivo naciendo entre sus piernas. Dos Tin-Tines. Caminaban saltando lo mismo que canguros. Hablaban en un lenguaje enraizado en la montaña. Se aproximaron. Se detuvieron. Elevaron las chatas narices.
Olfatearon. Después, pupilas amarillas de luz, perforaron las tinieblas. Se acercaron más aún. Llegaron al pie de la casa. Parecieron atravesar las paredes de caña. Iban a cruzar el umbral. Se detuvieron, otra vez. Se miraron entre sí. Volvieron a avanzar. Tornaron a detenerse. Se observaron de nuevo. Los ojos les llamearon. Elevaron la voz. Su tono se hizo airado. Sus ademanes, coléricos...
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Marchaban frente a frente. Caminaban de lado. Los brazos extendidos. Unidos por las manos. Formando una especie de parihuela viva. Sobre ésta traían a Juvencio. Sin vacilar un momento, se dirigieron a mi cama. Allí, con todo cuidado, arrodillándose, lo depositaron. Después, volvieron señalándolo. Me acerqué; vi que estaba herido. Le hablé. No respondió. Los monos callaron; quedaron quietos. Contemplando la escena.
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