Y en medio del esparcimiento de piedras, ladrillos, garrotes y cristales, al pie de la entrada principal, el cadáver del asesino, desnudo, bocarriba, los brazos y piernas en cruz, con un ojo fuera y el otro convertido en un coagulo de sangre. Allí lo había dejado la hiena para volver por su presa. Ya un agente de la Policía, desde el andén del frente, había hecho el primer disparo contra Palacio.