El jinete lo contenía a cada paso, y en la actitud más tranquila, parecía abandonarse a una deliciosa meditación, cruzando una pierna sobre la cabeza de la silla, como las mujeres, mientras que entonaba, repitiéndola distraído, una copla de una canción extraña, compuesta por bandidos y muy conocida entonces en aquellos lugares :
Mucho me gusta la plata,
pero más me gusta el lustre,
por eso cargo mi reata
pa la mujer que me guste.