¡No, no siempre puedes elegir! —Me levantó la voz por primera vez y pude ver el pulso en sus sienes, latiendo con fuerza—. Cuando a un niño le meten las chinas en los bolsillos para que las reparta…, cuando su padre lo lleva a las mesas de juego y delante de él, entre partida y partida, se esnifan una raya de coca…, cuando lo suben a un coche y se lo llevan a Algeciras para que pase mercancía en un camión de juguete…, cuando los únicos amigos que conoce son los hijos de los camellos con los que trafica su padre…, ese niño no puede elegir, ¡ya está sentenciado! ¡Ese niño es tan víctima como tú! —exclamó, apuntándome con el dedo, desencajado,
. —¡¡¿Y qué culpa tengo yo de que ese niño sea una víctima?!! —pregunté, gritando sin control. Sentía rabia, impotencia, frustración, ganas de llorar—. ¡¡¿Qué culpa tenía yo de que ese niño…, de que tú —rectifiqué, acusándolo— tuvieras ese padre y vivieras de esa forma?!! ¡¡Yo no hice nada, no tenía por qué pagar el pato de tus desgracias!!
- Lo que pretendo decirte -continuó- es que, en alguna ocasión, todos hacemos lo que no debemos. O dejamos de harcerlo. Y todos tenemos derecho a arepentirnos y a tratar de reparar lo que se pueda, Jane. Todos.
Esas últimas palabras terminaron de hacer mella en mí. Yo abandoné a mi hijo, lo privé de pafia de su madre haciéndole pagar las consecuencias de un trauma que no habia pro- vocado él. Lo convertí en otra victima inocente.
J’ai toujours été d’avis qu’il y a matière à apprendre quand on se trompe, que réparer un écart de conduite fournit une excellente leçon qui ne s’oublie pas. Je ne m’attendais certainement pas à une telle erreur de jugement de ta part après toutes nos discussions ensemble, les mises en garde et les conseils que je t’avais donnés, que nous t’avions donnés, maman et moi, comme quoi tu ne devais pas mettre en péril ton avenir pour une bêtise.
Me refugié en la lectura para paliar mi carencia de vida social, para matar las horas de ocio en los dias en que no debia ira trabajar. Leyendo conseguia evadirme, me trasladaba a otros mundos y alejaba de mi pensamientos recurrentes que me encerraban en una espiral negativa de la que me costaba salir.
Il faut avouer qu’à l’époque, il valait mieux se méfier de ma mère. Elle était bonne comme du bon pain mais le cachait sous une carapace de brusquerie teintée d’une mauvaise humeur sans pitié pour les spéculations oiseuses et les bêtises typiques de mon âge. La surveillance qu’elle exerçait sur moi sans relâche ajoutée à son peu de patience coupait court à toute tentative de communication entre nous. Elle débitait dans le vide ses maximes et principes tout en vaquant à ses tâches ménagères en un soliloque qu’elle prétendait me faire entrer dans la cervelle sans discussion.