Las de Guadalajara eran flacas flacas pero tenían muy bonita cara. Y eran de un nervioso, tú, como una pareja de pájaros, la mayor con cierto aire resuelto, manoteando siempre como si nadara entre nosotras o marchara golpeando una gran tambora ¿no?; la otra riendo, abriendo desmesuradamente los ojos, chisporroteando como un cerillo para después deprimirse como un gorrioncito achicopalado, o resfriado, o agónico, para al rato volver a palmotear con las manitas huesudas, toda feliz, exhalando suspiritos cortos y fulgurantes ¿no?, como una luz de bengala. Junto a ellas, La Vestida de Hombre y yo parecíamos de cartón ¿cómo se dice?, de papel maché.
Las Tapatías y yo estábamos hablando de dulces, de pasteles, de refrescos, del daño que te hacen esas cosas, de recetas de cocina, de chocolates, de restoranes, bueno, de lo que nos gustaba ¿no? Y estábamos muertas de risa, tratando de que La Vestida de Hombre no hablara, porque siempre saca su problema y ya nos tiene hasta el gorro la pobre. Entonces nos ponemos a hablar de nuestras familias, de cosas que nos han pasado ¿no? Como tú y yo.
De todo esto hablaba con mis amigas y con el doctor. Primero con el doctor y luego con mis amigas, durante esas comidas deliciosas.