Un récit pseudo-historique de sorcières basques sans grand intérêt.
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—Hace ya muchos años —me dijo el médico de Yanci—, por las fiestas de Urruña, fui a visitar a los Dasconaguerre, unos amigos que tengo en este pueblecito vasco-francés. Me invitaron, como de costumbre, a comer. La comida fue larga, abundante, buena para estómagos de triple fondo. Se comió, se bebió y se cantó de lo lindo. Tenía a mi lado, en la mesa, a un cura jovencito, que me propuso, para disipar los vapores de la digestión, dar un paseo hacia San Juan de Luz. Acepté; salimos de la casa y fuimos andando por la carretera. El cura me pareció hombre simpático, amable, jovial, tolerante; era organista de Sara y se llamaba Duhalde d'Harismendy. Más que por un cura de pueblo, se le hubiera tomado por un abate de gran ciudad, heredero de aquellos abates cultos y galantes del siglo XVIII. Duhalde d'Harismendy me estuvo hablando de sus trabajos históricos, de las dificultades que encontraba para llevarlos a cabo y de las disquisiciones antropológicas acerca de los vascos, que le interesaban y le confundían.